Cultura

Toni Zenet, una sorpresa tras otra

Así que al final nos fuimos al Chapí a ver a Toni Zenet. Lo cierto es que ha pasado algo así como un año desde que presentara Los mares de china, algo menos desde que alguna academia nacional lo premiara como artista revelación del 2009, galardón que ni sumó ni restó entusiasmo a la sorpresa con la que descubrimos su disco.
En cualquier caso fue una sorpresa encontrar su nombre dentro de la programación de primavera de nuestro Teatro Chapí. Sorpresa porque pese a la escasa difusión que el trabajo ha tenido en los canales de pago (40 Principales, Cadena Dial, Cadena 100…), tendríamos la oportunidad de verlo en nuestra ciudad. Grata sorpresa por la destacada capacidad de convocatoria que tuvo la propuesta, por reunir tanto a un público expectante como a otro capaz de recitar las letras de cada tema. Sorpresa por encontrar a Zenet tan bien acompañado, abrigado por el contrabajo de Lucho Aguilar (a quien hemos podido escuchar en distintas formaciones programadas por el Club de Jazz de las Mil Pesetas), junto a otros músicos desbordantes de talento y simpatía.

Tendré –me veo obligado– que citar al trompetista Manuel Machado, al guitarrista José Taboada, el piano del joven Pepe Rivero y el trombón de Ove Larsson, porque constituyeron una banda sobradamente talentosa y alejada de formalismos o protocolos a los que se abandona el artisteo durante las actuaciones en teatros a la italiana.

También Zenet estuvo a la altura. Y aunque al comienzo del concierto me transmitió cierta rigidez, cierta frialdad, a medida que transcurría su actuación fue desapareciendo esa sensación. Su presencia en escena tras unos pocos minutos de comenzar se asentó contundentemente. Hasta dar la impresión de que tras largar los dos singles de su disco, comenzaba a sentirse cómodo, como cuando te liberas de los tópicos y puedes darte a conocer. Entonces, con la complicidad de la sala, Zenet desarrolló con comodidad el personaje de “crooner" andaluz que anuncia el programa. Y con la audacia de los valientes, de las y los artistas, jugó una interpretación que estuvo tanto a la altura del talento de los músicos que lo acompañaban, como a la distancia de las pautas que la industria musical “obliga” a la hora de grabar un disco. Es decir, que Zenet se arrojó al juego musical, a la música en directo, pese a que tal interpretación confundiera al público conocedor de los temas grabados en estudio. Una apuesta que otorga vida y valor a la música, al trabajo del grupo, y que justifica y da valor a la hora y cuarenta que dura la interpretación de un disco que apenas llega a los cuarenta minutos.

No hace falta nombrar el orgullo de la sala ante los elogios de la banda sobre el teatro, el personal técnico y el Club de Jazz de nuestra ciudad.

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