Fuego de virutas

Tratando con ingleses

Cuando leímos el libro de Avery sobre las minas de Río Tinto (David Avery, "Nunca en el cumpleaños de la reina Victoria. Historia de las minas de Río Tinto", Labor, Barcelona, 1985), una de esas lecturas que dan fundamento a nuestros viajes al permitirnos en los espacios que visitamos ver más allá de lo que tenemos delante de nuestras narices, nos encontramos con un pasaje que en los recientes relevos de gobiernos locales y autonómicos, consecuencia de las elecciones de mayo, nos ha venido a la memoria. Porque si en éstos, cuando el cambio de partido gobernante ha sido y es la desconfianza, en la experiencia empresarial de Río Tinto fue la confianza.

Resulta que –estamos a mediados del siglo XX– en las negociaciones para la compra para España de la Rio Tinto Company, un funcionario español preguntó al Conde de Benjumea, activo partícipe en esas negociaciones, si había datos auditados que confirmasen la situación dada por la compañía: "No necesitamos tal cosa –comentó el conde–, estamos tratando con ingleses".

Las minas de Río Tinto habían sido adquiridas por ingleses en 1873, en unas circunstancias políticas muy difíciles para España –si no fue difícil todo el XIX español– en las que el gobierno de la Primera República precisaba con urgencia ingresos. Dinero fresco. El balance económico y social de la gestión británica, aun con sus sombras, algunas de ellas como los sucesos de 1888 hasta trágicas, resultaría positivo dejando espacios encantadores en el urbanismo y la cultura onubense que se sintetizan especialmente en el entrañable espacio urbano de Bella Vista, un barrio plenamente victoriano en el castizo sur español; un espacio muy inglés en la Andalucía de las marismas, de las montañas mineras de cicatrices y profundas mondas próximas al mar ya océano. Mar océano plus ultra. Impronta en el urbanismo, en la cultura y en los modelos de gestión. Explotación que resultó, sin duda, colonia económica, "el Gibraltar económico de España" –dijo Franco, pero que mostró frente a experiencias fracasadas que aquellas minas eran una mina. Peñón económico que sería "reconquistado" para España en esas negociaciones que decimos desarrolladas en torno a 1954 cuando, tras la autarquía, España se abría al mundo. O el mundo se abría a España. A saber.

Pero vamos a lo que íbamos: Si entonces la confianza –"tratando con ingleses"– primó en las gestiones para el cambio de propiedad, no parece ser que esté siendo así en los recambios de gobiernos autonómicos y locales de ahora. Los casos más leídos son los de Castilla-La Mancha o los de las ciudades del cinturón de Madrid. Pero no son los únicos. Menos sonados, hay más ejemplos de administraciones públicas donde el arca está vacía y los acreedores esperan a los "nuevos" como esperan los cobradores en la terraza de 13 Rue del Percebe frente al trastero. Con más empeño que esperanza.

Curiosamente, donde no ha habido relevo en las siglas que gobiernan parece que no pasa nada, como si la continuidad garantizara la liquidez de la hucha y, por el contrario, el cambio el agujero. Así podemos caer en la tentación de pensar que en qué mala hora los cambios. Pero a saber si Madrid capital –por ejemplo– debiendo lo que debe, no debe más de lo que debe. O a saber si la Generalitat Valenciana... A saber cuántos municipios o comunidades donde continúan mandando los mismos de antes, de auditarse, no saldrían los números más rojos de lo que se nos dice. Un desastre manirroto de bolsillos rotos que hipoteca el futuro. Las espléndidas gentilezas –o dadivosas gracias– hechas con el bolsillo de los demás.

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