Testimonios dados en situaciones inestables

Un villenero muerto andando con la cabeza bajo el brazo (IV de V)

Son las diez de la mañana del día 3 de septiembre. Ha comenzado a caer una plomiza lluvia que confiere a la decadente y arruinada Villena, sumida en un extraño holocausto zombi, el aspecto irreal de una melancólica postal posnuclear. Anoche desperté en el Centro Integrado sin recordar nada, y tuve que huir de hordas de villeneros zombis (VZ).
Ahora voy camino del ayuntamiento, vestido con mi mono de SECOPSA recubierto de pliegos del Diario Oficial de la Comunidad de Valencia (DOCV) que tienen la extraña cualidad de repeler a los VZ, en busca del villenero muerto con la cabeza bajo el brazo para preguntarle qué ha ocurrido. La lluvia, que no consigue disipar una espesa niebla de ácidos sulfúricos y etílicos, parece haber provocado en los VZ una histeria angustiosa, como si fuera un castigo del demonio. Voy salvando hediondas montañas de bolsas de basura desgarradas, que grupos de VZ enajenados patean recreando los goles de la final de la Eurocopa, y retorcidas estructuras metálicas que recuerdan a gradas, donde unos VZ devoran a un inocente turista que no ha captado la gravedad de la situación y sigue creyendo, felizmente sobrepasado por la grandilocuencia del escenario, que lo que le ocurre forma parte de cierta y confusa fiesta popular que cree estar viviendo, ya que sus últimas y excitadas palabras son: “¡The Tomatina of Moors and Christians is wonderful!”. También veo a otros VZ que se pelean sangrientamente por una publicación descuartizada en cuya portada se puede leer: “Día 4: el principio del final de los tiempos”. A mi paso, y quizá debido a los pliegos del DOCV, huyen despavoridos, cada uno enarbolando a modo de trofeo el arrugado trozo de página que ha conseguido arrancar. Bravos riachuelos, formados debido al deficiente alcantarillado, arrastran sillas con VZ que rugen que no las abandonarán hasta el día diez. De las ventanas de los edificios de la avenida de la Constitución cuelgan descuartizadas banderolas manchadas de sangre con cruces y medias lunas. De una ventana se escapa una aterradora música de compás dos por cuatro sincopada por gritos y rugidos. Un voluminoso VZ con enormes y frondosas patillas ensaya un diabólico y sensual baile frente a un escaparate de recuerdos de Villena, mientras otros VZ le animan con vítores y esputos realizando patéticas volteretas. Todo esto me hace temer el inminente advenimiento de una explosión de desenfreno apocalíptico. Consigo llegar a la plaza de Santiago. Las puertas del ayuntamiento están cerradas, y cientos de descontrolados VZ intentan trepar torpemente hasta un balcón del primer piso. Al frente va una VZ coronada por un gorro/réplica de la Plaza de Toros Plurifuncional. Rugen con odio furibundo, entre lo que sobreentiendo algo sobre acabar con la demoníaca Trinidad, sin entender muy bien a qué se refieren, pero intuyo que el villenero muerto con la cabeza bajo el brazo está allí dentro. Trepo ágilmente sobre ellos, produciendo escenas de sorprendido pavor debido a mis pliegos del DOCV, y consigo llegar hasta el balcón. Entonces abro sin esfuerzo las puertas, y allí, solo, sentado frente a una enorme mesa, está él, el villenero muerto con la cabeza bajo el brazo. Al verme, la deposita sobre el brillante tablero lacado con una expresión entre macilenta y orgullosa, pero también inconfundible de quien lleva mucho tiempo esperando a alguien. (Continuará.)

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