Bien estamos, estamos

Una larga pesadilla

Lo de Rambo no deja de ser un ejemplo de cómo querer ganar una guerra habiéndola perdido

Gerald Ford, trigésimo octavo presidente de los Estados Unidos, calificó a la guerra de Vietnam como "larga pesadilla". Bajo su mandato le pondrá fin. Un final reclamado por la sociedad estadounidense que paulatinamente fue sumando voces contra el conflicto. El despertar, como suele suceder con las pesadillas, resultó ser una sudorosa realidad. Aquí, de miles de muertos y miles de tullidos físicos y psíquicos. Un desastre.

Recuerdo como un triunfo en mi niñez el haber aprendido a controlar algo mis sueños. Llegué a tener cierta habilidad para despertarme conscientemente cuando percibía que el sueño derivaba en pesadilla. No siempre pudo ser pero… Volviendo a la pesadilla de Vietnam, para los Estados Unidos fue un lento despertar iniciado por Nixon mediante una sosegada retirada de tropas hasta el célebre pliegue de la bandera estadounidense en Saigón el veintinueve de marzo de 1973. En todo aquello estuvo Kissinger de manijero como consejero para la seguridad nacional.

No obstante, la retirada definitiva de Estados Unidos en Vietnam no será hasta abril de 1975, cuando Ford ordene una evacuación de emergencia para los últimos soldados americanos que aún quedaban allí. Por tanto, cuatro presidentes de los Estados Unidos de América se las tuvieron que ver entre 1964 y 1975 con aquel avispero: Kennedy, Johnson, Nixon y Ford. Antes que Kennedy, Eisenhower, sin intervención directa, había acordado apoyar económica y militarmente a Vietnam del Sur, un país desde 1955 bajo la férula dictatorial del golpista Ngo Dinh Diem.

Hipocresías de la política internacional bajo la presión de la Guerra Fría, para "salvar" a un país de las garras del totalitarismo comunista se alimentaban y sostenían dictaduras personales. La de Vietnam del Sur procuró imágenes por televisión que se nos quedaron grabadas en nuestros ojos de niño, las de budistas quemándose a lo bonzo como protesta contra la tiranía. Y es que lo de Vietnam se nos colaba a diario en el comedor cuando las noticias de la tele. Y más la guerra, una guerra en la que los reporteros camparon a sus anchas arriesgando su vida junto a los soldados.

Diego Carcedo, por ejemplo, se nos hizo como de la familia. El conocimiento directo de las miserias de la guerra, no diferentes de las miserias de cualquier guerra, su sinrazón, alimentó argumentos pacifistas, especialmente en Estados Unidos. Y aquella experiencia de luz y taquígrafos –crónicas escritas, testimonios audiovisuales y fotografías– resultó un "una y no más". En posteriores conflictos, la labor periodística se verá limitada imponiéndose la verdadera verdad de la guerra, la mentira.

Luego, aquella realidad que conocimos en blanco y negro, principalmente a través de las noticias del telediario, se nos fue recreando en películas que, las mejores, redundaron en la tragedia. El reclamo para la película Los chicos de la compañía C, cinta de 1978, lo dice todo al resumir el sentimiento de la juventud norteamericana sobre el conflicto: "Lucharon en ella, murieron en ella y los que sobrevivieron sólo pidieron a Dios que les permitiera olvidar lo que fue… la guerra de Vietnam".

Porque lo de Rambo no deja de ser un ejemplo de cómo querer ganar una guerra habiéndola perdido. Teorías del aprendizaje recomiendan antes de iniciar un tema dedicar algún tiempo a que el alumnado exponga los conocimientos que pueda tener sobre la cuestión. En la maraña del discurso pedagógico esas ideas previas reciben nombres variados. Unos más claros, otros confusos: "concepciones alternativas", "concepciones espontáneas", "errores conceptuales", "preconceptos", "teorías en acción o implícitas"... Ya sé, napalm puro napalm el vocabulario pedagógico pero… El efecto Rambo dicta que Estados Unidos ganó la guerra en Vietnam. Empiece pues, necesariamente, la lección.

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