Estación de Cercanías

Urbanismo inteligente

Son muchos los españoles, entre los que no me cuento (este año no he salido de Villena a la espera del puente de mayo, que me llevará a tierras holandesas), que han aprovechado estos días vacacionales de Semana Santa para hacer turismo nacional, para visitar otras provincias, conocer otras costumbres y lugares, disfrutar de gastronomías diferentes y llenar sus ojos y sus sentidos con los muchos y bellos paisajes que, afortunadamente, nuestro territorio ofrece de norte a sur, de este a oeste.
He de reconocer que me encanta España en cualquiera de sus latitudes. La alegría del sur, el frescor del norte, pero para ser sincera prefiero el pueblo a la urbe, el sonido nocturno de perros callejero a los motores y sirenas. Me enamoran mucho más aquellos pueblos y ciudades que me hablan con olores, con estampas y sonidos, aquellos que encierran entre sus calles historias apasionantes, esencias de tiempos pasados que si bien quedan muy lejanos en el calendario se pueden respirar a la vuelta de cada esquina, escondidas en los soportales de sus plazas mayores, resguardados y defendidos por los amantes de su historia, que no han sido caballos de Atila para ellos. Admiro a los responsables municipales que han sabido combinar sabiamente progreso con patrimonio, que han conservado su pasado sin renunciar al presente, pero a su vez sin solapar una época con otra, sin que el gigante del hormigón, invasor despreciable de nuestras costas y montes, haya dejado su impronta a golpe de edificios carcelarios con miles de ventanas en busca de un trozo de mar o montaña; concejales que han impedido a los nuevos pensadores arquitectónicos, dedicados al diseño de moderna ciudades, hacer valer su criterio futurista allá donde no es procedente su aplicación, y han sabido respetar la herencia de sus antepasados y conservar intactos cada balcón, calda farol, cada adoquín…, para con ello preservar en presente la esencia de su pasado y a la vez su futuro, un futuro que siempre es más rico si mira hacia atrás en busca de la huella que lo ha guiado hasta nuestros días.

Y eso es lo que quiero para mi ciudad; que nuestra rica historia no sea solamente una imagen de folletos propagandísticos o una foto en sepia. Me gustaría que cada persona que nos visite pueda llevarse la impronta del pueblo que fuimos al pasear por las calles de nuestro casco histórico; que el trozo de nuestro pueblo que libros, imágenes o restos conservados establecen como lo que era, sea capaz de trasmitir al visitante sensaciones y emociones como los que yo he vivido en mis viajes. Y lo quiero porque pienso que conservar en estado puro aquellos lugares que así lo requieren sería una inteligente opción urbanística a la vez que una acertada estrategia empresarial al diversificar sin mezclar las posibilidades de Villena.

Nada podemos hacer con la fachada de nuestra Casa de Cultura, ahí se ha de quedar… pero afortunadamente estamos a tiempo de cambiar de ubicación (¿centro de ocio?) los platillos volantes que iluminan el eje así como el diseño del hotel de asociaciones, para que al acometer la rehabilitación de nuestra Plaza Mayor el conjunto resultante refleje lo que la historia ha destinado a las Plazas Mayores; ser punto de partida hacia el recuerdo, lugar de encuentro de visitantes y moradores, retazos de un pasado al que todavía estamos a tiempo de retener entre nosotros para no olvidar de donde venimos. Y ahora, que se plantea el reto de rediseñar una ciudad sin barreras ferroviarias, es el mejor momento para apostar por el respeto sin fisuras hacia el ayer y la imaginación sin límites para el mañana. Sr. Ayelo y sucesores, si otros lo han hecho…

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