Es lógico que después de varios años escribiendo sobre el mundo de la historieta en diversos medios, de vez en cuando me soliciten que recomiende algún título en concreto a algún lector específico (con lo complicado que resulta eso siempre) o que facilite una relación de mis cómics favoritos (labor bastante más placentera, al menos para los que gustamos de confeccionar listados y rankings varios, y a la que me entregaré enseguida una vez más). Y he llegado a un punto en que, si me pillan particularmente ocupado (o vago, que también puede ocurrir), creo que voy a optar por recomendarles directamente un par de libros de Manu González para que encuentren en su interior la respuesta que están buscando.
En primer lugar, porque este divulgador y yo coincidimos bastante en filias y lecturas; lo que no es de extrañar porque ambos somos de generaciones muy cercanas: él nació en Hospitalet de Llobregat en 1974, dos años antes de que un servidor hiciese lo propio por estos lares. Y a nadie se le escapará que no es fruto de la siempre injusta nostalgia el afirmar que fueron precisamente las dos décadas de nuestra infancia, adolescencia y primera edad adulta las que nos marcaron como lectores de tebeos para siempre. Y después, porque tanto el anterior Cómics de los 80 como el recién publicado Cómics de los 90 están elaborados con rigor y, en muchos casos, viene a decir de la mayor parte de los títulos seleccionados algo muy parecido a lo que yo diría de tener el tiempo y las ganas suficientes como para ponerlo por escrito.
El primer volumen cuenta con el subtítulo de La década que lo cambió todo, lo que no puede ser menos cierto: téngase en cuenta que 1986 fue un año clave para el desarrollo de la industria del cómic estadounidense (la más importante del mundo junto con la francobelga y la japonesa), y que supuso la maduración del cómic de superhéroes gracias a la coincidencia del Watchmen de Alan Moore y Dave Gibbons y dos historias protagonizadas por Batman y escritas por Frank Miller: El regreso del Caballero Oscuro y Año uno. Pero como no solo de superhéroes vive, o debe vivir, el lector de cómics, en las páginas de Cómics de los 80 encontrarán comentarios sobre géneros y temáticas de lo más variado: de la historieta europea de género al entonces pujante manga, pasando por las primeras joyas del indie estadounidense y algunos hitos del cómic nacional.
Ahí van algunos títulos recopilados por González y que, pese a parecerme todos ellos espléndidos (y por tanto considérenlos recomendados aquí y ahora), no tendrían hueco entre mis diez favoritos de dicha década: Adolf de Osamu Tezuka, el llamado “padre del manga”; Akira de Katsuhiro Otomo, que no es padre del manga pero que fue nada menos quien introdujo por la puerta grande el cómic nipón en occidente; Las aventuras de Freddy Lombard de Yves Chaland, porque en la historieta de aventuras de la línea clara hay vida más allá de Tintín; Arkham Asylum de Grant Morrison y Dave McKean, o un Batman y un Joker alucinados que acercaron aún más el concepto de “novela gráfica” al tebeo de superhéroes; El click del erotómano Milo Manara, para recordar a los profanos que el cómic no es siempre (yo diría que casi nunca) cosa de niños; Como un guante de seda forjado en hierro de Daniel Clowes, una auténtica pesadilla lynchiana en viñetas; La cosa del pantano escrita por Alan Moore, porque fue la semilla de la que germinó buena parte de las historias adultas contadas en el seno del mainstream; Daredevil: Born Again de Frank Miller y David Mazzucchelli, por lo mismo que la anterior; Dylan Dog de Tiziano Sclavi, porque nunca me extrañó que el malogrado Umberto Eco afirmara que podía pasarse días enteros leyéndolo; Ed, el payaso feliz de Chester Brown, porque es de una locura desbordante y que aun así resulta extrañamente coherente; Elektra: Assassin de Frank Miller y Bill Sienkiewicz, porque es de Sienkiewicz y con eso basta; La guerra de las trincheras de Jacques Tardi, por mostrar los horrores de la guerra con emotividad pero sin renunciar a la crudeza; Hellblazer de Jamie Delano y compañía, porque John Constantine está en mi ADN desde que lo conocí siendo un preadolescente; la Liga de la Justicia Internacional de Keith Giffen, J.M. DeMatteis y Kevin Maguire, porque es la única sitcom verdaderamente genial de la que tengo noticia dentro del universo de los superhéroes; Maus de Art Spiegelman, porque el único premio Pulitzer otorgado a un cómic me parece de lo más justo (y necesario); Palomar de Beto Hernandez, porque es casi casi tan bueno como las Locas de su hermano Jaime (y eso es decir mucho); Paracuellos de Carlos Giménez, por dejar testimonio de “los niños de la posguerra” con la misma emotividad y crudeza que plasma Tardi en la obra citada; Sangre de barrio de Jaime Martín, por dar voz a la juventud del extrarradio de la España de los ochenta; Superlópez: La caja de Pandora de Jan, porque nunca el tebeo humorístico patrio estuvo más cerca de la BD fantástica de Moebius, Jodorowsky y compañía; Torpedo de Enrique S. Abulí y Jordi Bernet, por ser el cómic de género negro más canalla y mejor escrito de nuestra historieta; Unas lesbianas de cuidado de Alison Bechdel, porque es tan brillante que adelanta la posterior y fundamental Funhome; y V de Vendetta de Alan Moore y David Lloyd, porque reescribió el 1984 de George Orwell en los ochenta y se adelantó así al mostrarnos también el mundo distópico en el que vivimos hoy.
En cuanto al segundo volumen, recién aparecido con el subtítulo de Una nueva generación, en su interior encontraremos la decadencia de los cómics de superhéroes (provocada en buena parte por la luego llamada “Generación Image”), pero también el auge de la historieta independiente y una cierta “vuelta a los orígenes” del cómic underground. Y aunque quizá, con la distancia que la vemos desde el presente, nos parece más carente de obras maestras que la inmediatamente anterior, es sin duda la década que sentó las bases de la posterior consolidación del medio como un arte adulto... O, al menos, su percepción como tal por parte de los mass media en la actualidad.
De este modo, y en orden alfabético al igual que en el volumen precedente, en Cómics de los 90 encontrarán a Astro City de Kurt Busiek y Brent Anderson, porque renovó el género superheroico con personajes e historias que parecían totalmente nuevos sin serlo; Balas perdidas de David Lapham, porque hizo exactamente lo mismo que la anterior pero con el noir; Bardín el superrealista de Max, primer Premio Nacional de Cómic de nuestro país y todavía hoy la obra maestra de su autor; Barrio lejano de Jiro Taniguchi, por ser uno de los mangas (o de los cómics, a secas) más sensibles y emotivos que he leído en mi vida; Cuttlas de Calpurnio, por la brillantez narrativa y la libertad plasmadas en un dibujo solo aparentemente sencillo; David Boring de Daniel Clowes, porque era todavía mejor que Como un guante de seda forjado en hierro y Ghost World, que ya es decir; Epiléptico / La ascensión del gran mal de David B., todavía hoy uno de los hitos de la historieta autobiográfica europea; Hicksville de Dylan Horrocks, o el metacómic hecho thriller y slice of life a un tiempo; Jimmy Corrigan, el chico más listo del mundo de Chris Ware, porque el impresionante tour de force formal de Ware no devoraba, sino que potenciaba, la historia que cuenta; The Maxx de Sam Kieth y William Messner-Loebs, porque es la joya oculta de la década de manos de un gran autor a (re)descubrir como Kieth; Monster de Naoki Urasawa, porque muy pocas veces una intriga en formato serie ha conseguido enganchar tanto; Odio de Peter Bagge, o el grunge de Nirvana y Pearl Jam hecho cómic generacional (y divertidísimo); Palestina de Joe Sacco, por representar a la perfección el indispensable periodismo en el cómic; La sonrisa del vampiro de Suehiro Maruo, que reveló a un autor inclasificable y fundamental pero no para todos los paladares; Transmetropolitan de Warren Ellis y Darick Robertson, o el nuevo periodismo gonzo de Hunter S. Thompson transmutado en el sin par Spider Jerusalem; Trazo de tiza de Miguelanxo Prado, obra mayor de uno de nuestros autores mayores; El viaje de Edmond Baudoin, porque es una poesía hecha en viñetas; y Viaje al corazón de la tormenta de Will Eisner, porque es una buena muestra de la novela (auto)biográfica del maestro y creador de The Spirit.
Y ya para terminar, lo que nadie me pidió hoy pero que quizás interese a alguno de ustedes... y que me he cuidado de no mencionar hasta ahora en la presente columna: un Top 10 (o dos Top 5, si lo prefieren) totalmente personales de títulos incluidos en sendos volúmenes. Mis cinco elegidos de los años ochenta: Animal Man de Grant Morrison y Chas Truog, Calvin y Hobbes de Bill Watterson, Locas de Jaime Hernandez y las ya citadas El regreso del Caballero Oscuro y Watchmen. En cuanto a los noventa, los favoritos serían Agujero negro de Charles Burns, From Hell de Alan Moore y Eddie Campbell, Los invisibles de Grant Morrison et alii, Planetary de Warren Ellis y John Cassaday, Strangers in Paradise de Terry Moore y La vida es buena si no te rindes de Seth. Hale, no se me quejarán: ya tienen un buen puñado de obras que recomiendo con los ojos cerrados y la mano en el corazón.
PS.- Dos últimos apuntes: en primer lugar, que del volumen sobre los ochenta ya les hablé en el momento de su publicación, pero me ha parecido apropiado recuperarlo aprovechando la aparición del libro sobre los noventa y viendo de paso si mis gustos sobre el cómic de esa década habían cambiado ostensiblemente o no desde entonces (pueden comprobarlo, pero ya les digo yo que no). Y para terminar: sí, ya lo sé... En esta ocasión, en realidad, he citado once obras preferidas y no diez. Pero ya me ha costado horrores reducir las dos décadas gloriosas del noveno arte glosadas por Manu González a tan solo once títulos como para dejar fuera uno de ellos. Y como la columna es mía, pues ahí se quedan los once. Tómenlo como un símil futbolístico: los once de la Selección.
Cómics de los 80. La década que lo cambió todo y Cómics de los 90. Una nueva generación están editados por Look (Redbook Ediciones).