Cultura

Veraneando

Si fue usted, querida persona, quien me buscó con ahínco entre las páginas de la pasada edición, sepa que le estoy agradecido. Sé que no me encontró y pese a todo no siento pena, ni remordimiento, ni un leve azogo. Y todavía no acierto a entender las vacaciones, pero por dentro yo sé que ese tiempo no aguanta reproches.
Veraneé, veraneamos como una familia, yendo tan lejos como fue posible de nuestras vidas. Así ni periódico, ni casa, ni familia, ni calles, ni amigos, ni el cargador del teléfono móvil, ni crisis ni oficios. Veraneando con playa y piscina, menús, chiringuitos, sardina, cerveza, martini con Larios y pescado frito. Veraneando como si no hubiera Villena ni España, ni una nevera esperando en casa con telarañas. Perdonen o no, hagan lo que quieran, queridas personas, pero que mueva su compasión el verme ahora. Lejos de sueños de veraneante como un constructor, ambos añoramos un trozo de costa lleno de sol. Yo por el tiempo recuperado y a disposición, él por sus tierras recalificadas sin comprador.

Han terminado mis vacaciones. Vuelvo a ser un mortal. Los gritos de la vida se escuchan mucho antes de llegar a casa. Al pasar Sax se comienza a intuir el rumor, luego suena un balbuceo ininteligible, y al fin, al accionar el intermitente que conduce el vehículo al carril de desaceleración se comienzan a sufrir los chillidos. La única columna inteligente publicada durante los meses de verano la encontré hace unos años. El autor aquejaba el problema de haber ido de vacaciones solo, sin sus circunstancias. Tal situación tuvo como consecuencia que a su regreso, relajado, satisfecho, desacelerado, se encontró con que sus circunstancias no compartían tales beneficios. Ellas se habían quedado en la ciudad y no habían abandonado las tensiones mediante el paseo por la orilla del mar y los largos minutos dedicados a desvestir quisquillas y vaciar cristales escarchados. Las circunstancias, qué fatal invento. Peor lo fue el ligar las circunstancias al yo. Pero todo pasa. Dicen. Lo bueno y lo malo. Dicen. Y la vida está llena de sorpresas, alegrías y penas. Alegría como leer con el bañador todavía chorreando que el injuriador de la Cope (ya se le puede llamar así con autoridad legal) debe indemnizar a Zarzalejos con cien mil euros. Yo todavía estoy esperando a que diga en su ciénaga matutina lo mismo que dijo tras la sentencia del caso Gallardón: treinta y seis mil euros de indemnización están bien pagados por insultar al rojillo (cita de libre traducción).

Las vacaciones terminan, pero pronto llegarán otras me dicen. En septiembre como cada año tendré que tomar obligatoriamente otra semana de vacaciones. En Villena es así. No hay otra opción. Ahora que tengo un hijo tengo además la responsabilidad de sacarlo de estas calles. Cuando tenga 18 años, lo llevaré a ver las fiestas y una vez vistas que él elija.

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