Violencia de género, género de violencia
Abandonad toda esperanza, salmo 201º
Hay autores de novela negra que aunque admiren a los maestros anglosajones del género -Hammett, Chandler, Thompson...-, han conseguido ser fieles tanto a las características definitorias del mismo como a la idiosincrasia de su geografía. En nuestro país lo han logrado nombres como Francisco González Ledesma, Lorenzo Silva o el alicantino Mariano Sánchez Soler.
Ayer tuve el placer de presentar en su ciudad Nuestra propia sangre, última novela de este escritor y periodista de cuya amistad me gusta presumir, y los asistentes pudieron tomar contacto con el particular microcosmos criminal que el autor de Para matar ha ido construyendo a lo largo de su obra, y no solo desde la ficción: Sánchez Soler es cuentista e investigador todo en uno, y aplica mecanismos del procedimiento laboral de los huelebraguetas tanto a la hora de rememorar los propios fantasmas del pasado en clave novelística en La brújula de Ceilán como cuando investiga la vida y milagros de San Baltasar Garzón para urdir una biografía no autorizada de las que tocan convenientemente las narices.
En Nuestra propia sangre, galardonada con el Premio de Narrativa García Pavón, su autor habla de la violencia de género mucho antes de que los noticiarios la pusiesen de moda (la primera redacción del libro ya tiene unos años: privilegios de conocer de primera mano los entresijos de la creación), dibujando el retrato de Ramón Sendra, un monstruo real, una de esas aparentemente bellísimas personas que diría Andreu Martín, a partir de las voces -algunas contradictorias- de las víctimas que lo sufrieron durante años. Una suerte de Rashomon patrio que golpea directo donde quiere golpear: en la conciencia del lector. Créanme cuando les digo que estamos ante una novela no ya entretenida o absorbente (qué menos que pedirle eso al género de nuestros amores), sino ante un relato tan necesario y conmovedor como brutales son los hechos que cuenta.
Aunque el autor que se esconde detrás del seudónimo de Massacre se acerque al género desde otro lenguaje, el del cómic, y desde una apuesta formal más deudora de los popes que citábamos antes -aquí los personajes se llaman Bill o Frank y los neones anuncian nude girls-, no es difícil establecer un cierto paralelismo con la novela de Sánchez Soler: si el personaje de Ramón es un hombre que pudo tenerlo todo y lo echó a perder a desprecio limpio, el protagonista de The Empty Inside es un matón que apenas tiene nada y que aspira a una vida feliz junto a la mujer que ama y lejos de la violencia que marca su cotidianeidad.
Me hago cargo de que esta breve sinopsis suena a enésima variación de la historia de siempre, pero a través de un grafismo que asimila con acierto constantes de un par de títulos de Frank Miller -Sin City y Hard Boiled-, Massacre demuestra una evolución considerable desde el anterior To Kill the Assassin y urde un violento relato repleto de sorpresas que cuando alcanza su conclusión, un happy end tan creíble como amarguísimo, redefine al protagonista y asienta la historia en el recuerdo del lector. Otro rasgo en común con Nuestra propia sangre, una de esas historias de terror de las que no se olvidan. Sí, han leído bien: de terror, como Saw VI, aunque esta novela no la prohíba el Ministerio.
Nuestra propia sangre y The Empty Inside están editados por Rey Lear y Dibbuks respectivamente.