What crisis?
Hoy les escribo, apreciados lectores (y lectoras, claro), desde Zaventem, que como todos saben, es el aeropuerto de Bruselas, capital, dicen, de esta Europa que nos une como países casi tanto como esconde en su interior una distancia insalvable entre nacionalismos enconados.
Si en España estamos un poco hartos de las andadas de los nacionalistas vascos o catalanes, lo de este país, Bélgica, clama al cielo. He pasado estos días en la zona francófona aunque, por gusto de pasear, he tenido ocasión de visitar Amberes, en la zona flamenca, y un poco más arriba hasta llegar a territorio de Holanda. La diferencia es brutal, conforme uno va pasando de Bruselas, todo cambia y hasta los carteles de las autopistas están en un perfecto y entendible ¿holandés?, ¿flamenco? Mire Ud., no lo sé, porque ni es holandés ni deja de serlo.
Sorprendentemente, en el mostrador de facturación de Vueling, me ha atendido una señorita a quien me he dirigido en mi perfecto francés. Me ha respondido en esa lengua extraña de la que les hablaba antes. He continuado en español y ella ha cambiado a inglés: Señorita, Ud. y yo no nos vamos a entender, déme mi tarjeta de embarque que me marcho. ¡Ay, amigo!, cuando ha visto que no pretendía pagarle los 20 euros de exceso de equipaje ha aprendido a hablar en francés de forma instantánea, por ciencia infusa o por emanación de gases tóxicos, yo qué sé.
Me cuentan que en este país, especialmente en el sur, resulta más cómodo y seguro vivir de las prestaciones sociales por desempleo. A razón de mil euros mensuales, como mínimo, y con una duración que, de nuevo me cuentan, es casi ilimitada. No es de extrañar que los del norte, los flamencos, anden cabreados con los del sur donde, además, se acumula un mayor número de inmigrantes, por lo que, es de suponer, la situación social es, si cabe, más delicada y merece un mimo especial que, podría ser, no se comprenda tanto en el norte pues muchos de los habitantes flamencos piensan que ellos trabajan para mantener las prestaciones sociales del sur, creándose un gran agujero en las arcas públicas.
Y es que esta crisis nos está enseñando mucho a muchos. De entrada, que los bancos y cajas de todos los países han sido tan avaros que, en su desmesurada ambición, se han dado una galleta de órdago invirtiendo grandes sumas, astronómicas sumas de dinero, en los mercados hipotecarios americanos, las famosas Subprime que, por lo que he aprendido, se basaban en un crecimiento sostenido del precio de las viviendas y que, con la facilidad con la que los bancos prestaban dinero a quien quiera que lo pidiese, seguía dicho ritmo ascendente. Al final, los prestamistas tenían claro que una casa comprada hoy y embargada mañana por impago, suponía un incremento del activo para esa entidad. Grosso modo es la explicación más simplista que permite entender lo que estaba pasando.
Claro está, llega un momento, como ha sucedido en España, que se toca techo y aquellos que acumulaban mucha propiedad inmobiliaria tienen que vender, los precios caen, la gente no puede pagar los préstamos y lo que antes pensaba el banco que iba a costar más dinero, pierde valor. Los impagados se generalizan, las garantías con el Banco Central asfixian a los otrora ufanos prestamistas, y donde antes tenías un activo hoy tienes un pasivo (entendido en términos no bancarios). Querían dar un pelotazo y lo han recibido en toda la cara. El especulador es un cáncer para la economía, ese del dinero rápido no aporta nada a esta sociedad, no construye, no crea riqueza. Seguiremos hablando de esto.