Testimonios dados en situaciones inestables

Y además llovía, austera y monótonamente, como la mirada de un juez muy viejo

Me dedico a caminar por los márgenes de las carreteras secundarias y a fotografiar todo lo que veo en ellos. Lo hago por la mañana, durante cinco o seis horas, los siete días de la semana, todas las semanas del año. Lo hago aunque llueva o nieve o el calor sea insoportable. Llevo haciéndolo desde hace cinco años casi sin excepciones, salvo por alguna gripe agresiva.
No tengo otras circunstancias u obligaciones que me lo impidan y el dinero no es problema. Las primas de los diversos seguros y la venta de la casa familiar me proporcionaron una economía básica pero suficiente. No tengo casi gastos y mi vida social es inexistente. De modo que empleo mis mañanas en caminar por los márgenes de las carteras secundarias fotografiándolos y mis tardes en catalogar las fotografías en el ordenador. [En la pantalla del ordenador, y a intervalos regulares, van apareciendo fotografías. En una de ellas se ve un coche arrugado y boca a bajo.] El recuerdo más impertinente que tengo del accidente es que en el margen de la carretera, al lado del cuerpo yacente de mi mujer, que estaba ensangrentado y retorcido en una postura imposible (con esa desagradable y sucia apariencia de los cuerpos maltratados por un accidente o similar que los hace parecer descuidados y vulnerables y como bruscamente reducidos a una ignominia), había una cabeza de muñeca. La mano izquierda al final del brazo luxado de mi mujer casi tocaba el pelo pajizo, amazacotado por el barro salpicado de pequeñas briznas de hierba enmohecidas, de la cabeza de muñeca. Parecía como si la mano la hubiera llevado cogida y la hubiera soltado en el último momento a causa del dramático suceso. Pero en realidad estaba allí antes de que ocurriera, con su congelada sonrisa de molde y su impertérrita mirada perdida, como si mucho tiempo atrás algo dentro de ella se hubiera disociado de su deshonrada realidad física. Y además llovía, austera y monótonamente, como la mirada de un juez muy viejo. [En la pantalla del ordenador aparecen sucesivamente desolados márgenes de carretera con zapatos viejos, botellas de agua estrujadas, botellas de vidrio rotas, botes de refresco y de cerveza desteñidos, trozos de parachoques, ropa irreconocible, envases desgarrados de pequeños electrodomésticos, fragmentos de plásticos y metales quemados por el sol, paquetes de tabaco empastados, etcétera.] Catalogo las fotografías con un complejo sistema de referencias semánticas y estéticas, atendiendo fundamentalmente a criterios emocionales que ni yo mismo soy capaz de explicarme con claridad, de modo que el magma de imágenes se ha convertido en una extraña elegía, un silencioso canto al espíritu de este tiempo y este lugar en el que nos ha tocado vivir y morir. Porque hay una cosa que sí he aprendido en estos cinco años, y es que los márgenes de las carreteras secundarias son la radiografía moral de este país. No es fácil leerlos y entenderlos, pero cuando los miras sabes que todo lo que somos está en ellos, como un manoseado veredicto al que sin embargo nadie quiere hacer caso. [Detiene las imágenes cuando aparece un primer plano de la cabeza de muñeca con grumos de barro.] Busqué durante un buen rato, bajo la lluvia, el cuerpo de la muñeca, pero no lo encontré; quizá lo que hago es que sigo buscándolo.

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