Testimonios dados en situaciones inestables

Y me digo que de este hotel emana algo oscuro e inquietante (IV de IV)

Después de la cena, Valentina, Flavio (el niño) y yo decidimos asistir al espectáculo nocturno del hotel. Intento no pensar en el hombre del traje color Cola Cao que enigmáticamente me ha perseguido todo el día. El programa del espectáculo es intrigante. Se trata de una versión musical para toda la familia de Peter Pan, que el burdo cartel rotulado a mano sobre una cartulina rosa reseña como emocionante y atrevida.
El escenario, que está en una zona exterior anexa a Las Piscinas, es una tarima levemente elevada y de tamaño ligeramente superior (apunte optimista) a un quiosco de prensa. Una alta barra frontal claramente inestable (apunte más optimista) sostiene ocho focos. El fondo del escenario es un cuartito hecho de telas. A los lados hay dos altavoces polvorientos. Alrededor de todo esto hay unas doscientas sillas de plástico dispuestas en diez filas y semicírculo. Nos situamos prudentemente en la esquina derecha de la última fila. Las familias con niños están acaparando asientos con avaricia, y el ambiente es frenéticamente festivo, como en esas caóticas barracas de las fiestas de pueblo. Los larva/jubilados también aparecen y colonizan medio centenar de sillas en el flanco izquierdo. Arrastran una alegría histriónica, como de fin del mundo. Algunos ensayan valerosos, aunque breves, bailoteos satíricos, y en general parecen un grupo perdonablemente transgresor. Con un cuarto de hora de retraso se apagan los focos del escenario y empieza a sonar una música chirriante y mal ecualizada. Tras diez minutos de enervante oscuridad sonora se encienden dos focos amarillos. Y entonces aparece de entre las telas un tipo disfrazado descaradamente de Wendy a lo drag queen, con mallas de lycra violeta muy ajustadas, una blusita con lacitos en las hombreras y tan corta que no le da para taparle el inquisitivo paquetorro, botas de caña alta con adornos brillantes y plataformas como chimeneas del Titanic puestas del revés, maquillado para un propósito más cercano a infundir terror que diversión desenfadada, y sacando la lengua en una actitud reptilmente sicalíptica. Como remate, canta criminalmente mal sobre una música que ya tiene voz. Subyugado por la visión ni me percato de que a mi derecha se ha sentado, trayéndose su propia silla, el hombre del traje color Cola Cao. Sin mirarme dice: “tiene usted un hijo muy alto para tener SOLAMENTE 12 AÑOS...”. Sonríe maliciosamente sin dejar de mirar al frente. “No meta al niño en esto”, le contesto preparándome para una posible pelea. Me mira iracundo y restalla: “¡¿Niño?! ¡¿No le da vergüenza utilizar al que usted llama niño para cometer un delito vulgar y mezquino?!” Parece ser que Wendy/drag queen ha solicitado voluntarios, y el niño, normalmente un saco sin vida, va animadamente en dirección al escenario. “¿Utilizarlo para un delito? ¿Pero usted quién demonios se cree que es?”, le digo sorprendido de la credibilidad formal de mi enojo. El hombre del traje color Cola Cao rebusca ceñudo en un bolsillo interior de su americana y saca una tarjeta impresa con su foto y un ostentoso escudo policial. En la foto se le ve intentando parecer amenazador, y a mí me recuerda vagamente a Colombo, pero con bigotito y sin gracia. “Soy el detective del hotel, y vamos a aclarar el asunto de la edad de su hijo”, dice mostrando la típica satisfacción de quien cree haber desenmascarado incontestablemente un vil secreto. Sobre el escenario, el niño bailotea desencajado y sospechosamente feliz con gestos poco masculinos mientras la Wendy/drag queen le acerca pérfidamente el paquetorro. Valentina emite risotadas con aspecto narcoléptico, que intuyo se deben al número de Dry Martini ingeridos durante toda la tarde. “¿La edad del niño?”, exclamo, “le faltan dos meses para los trece, pero...”. “¡¡Ja!!” me interrumpe moviendo la cabeza como esos perros que algunos coches llevan en la bandeja de la parte de atrás. “¡¡Usted quería ahorrarse un irrisorio complemento poniendo en peligro todo el sistema moral del hotel!!” No entiendo muy bien lo que quiere decir con eso. Y en el descuido de mi pasmo, el hombre del traje color Cola Cao cierra el extremo de unas esposas alrededor de mi muñeca derecha y el otro extremo alrededor de su muñeca izquierda, y de un empujón me arrastra lejos de la escena rumiando algo así como “estos tipos que solamente quieren fastidiar las merecidas, relajantes y recreativas vacaciones de la gente...”; y es entonces, al volverme para llamar a Valentina, cuando veo a cámara lenta lo que ocurre (el feliz y asimétrico carcajeo de mi mujer, el fausto y amanerado cabrioleo del niño, los aplausos enfáticos y virulentos de los larva/jubilados, las familias con niños dando saltitos y palmaditas de júbilo al unísono, la Wendy/drag queen agitando la lengua con frenesí) y comprendo toda la expresiva y conmovedora verdad: que la vida es buena, sí, y que soy yo, como un tornillo definitivamente mal fabricado, el que nunca encajará en tanta y redonda bondad.

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