El Ordenanza

905 m s. n. m.

El Ordenanza. Capítulo 125

Escena 1

  • ¡No me digas nada! Yo me he tirao todo el finde metido en casa, viendo pelis de miedo.
  • ¿Pelis de miedo?
  • ¡Claro! ¿No ves que el pescaíto no se entera de nada? Aprovecho…
  • Juan José, así no te sacas el carnet de padre en la vida.
  • Ya, tío. Lo malo es que, para que el nene no se despierte, me pongo los auriculares y me arrimo unos sustos que no son normales.
  • Tienes unos huevos…
  • No veas la Clara los mosqueos que se pilla cuando pego un bote en el sofá…
  • … yo llevo sin ver una peli de miedo…
  • Tranquilo, alcalde, te las resumo en dos minutos.
  • ¡No, no, no!
  • ¡Que sí, tonto! Que sé que te gusta…
  • ¡Qué sartenazo tienes, nenico!
  • La movida empieza cuando una familia con varios niños se muda al culo del mundo: Nebraska o Kentuky. Y, como la casa está hecha unos zorros, ponen a los chiquillos a currar. Les dan una espátula y ¡hala! ¡A descascarillarlo todo! ¡A lo loco!
  • Hombre, visto así…
  • ¡Pero no te creas que están tristes! Juegan, ríen, se divierten, lavan al perrazo, se dan sustos… todo guay. Un caso aparte es la hija mayor, adolescente, que se pasa la vida escuchando a los Smashing Pumpkins. Atormentada.
  • ¡Pobrecica!
  • Sí. Como es una rebel, hace ouija con su chico, que se ha colao en la casa porque los padres se han ido a ver un concierto al Bobby Mackeys. El caso es que los pilla la hija pequeña y se une al lado dark. Luego… ya sabes… puertas que se cierran, luces que parpadean, psicofonías del palo “¡que corra el aire, Mary Lou!” “Vas a morir” y ese rollo del mal.
    Llegan los padres y lo de siempre: no se creen nada hasta que ven al pequeño Jimmy gateando por el techo.
  • Eso acojona bastante.
  • Sí, por eso es una peli de miedo.
  • Sí.
  • Pues se van a dormir a casa de la vecina, que está a tomar por culo de lejos, pero la niña empieza a hablar arameo y se dan cuenta de que tienen que afrontar y atajar el problema y… vuelven.
  • ¿Vuelven?
  • Sí. Y no creas que a recoger las maletas, no. Vuelven a enfrentarse con el demonio. ¡Y buscan a un cura! “¡Mike, llama al Reverendo Preachet!” Y Mike, como buen norteamericano, llama al Reverendo Preachet que, por cierto, es el primero que muere.
  • ¡Joder!
  • No le valen los hábitos.
  • Ya veo.
  • Al entrar en la casa sienten el mal. A estas alturas, yo ya tengo tortícolis de la tensión. Van a la habitación de las niñas y ¿qué te voy a contar? Tebeos volando, sillas rotas, camas saltarinas, muñecas de porcelana con mala cara… un poema.
  • ¡Vaya que sí!
  • El caso es que, cuando se dan cuenta, el Jimmy ha desaparecido y ¿dónde está? ¡En el sótano! ¡Que siempre tiene más mierda que el rabo de un oso! ¿Qué hacemos con la hamaca en la que asesinaron a la dueña de la casa en 1897? ¡Bájala al sótano, que allí no muerde! ¡Los cojones que no muerde!
  • Oye, abrevia, que tengo cosas que hacer…
  • ¡Si ya está! Al final vencen al mal con una linterna y un rosario de plástico. Muy apocalíptico todo, pero muy sencillo. Dos horas y media echadas a perder.
  • ¿Y por qué te las tragas?
  • Porque son entretenidas.

Escena 2

  • Buenos días, Avelino.
  • Buenos días, Diego. ¡Cuánto bueno! ¿Qué te trae por aquí?
  • Vengo a ver si puedo hablar con el alcalde.
  • Espera un momento, que ahora te paso.
  • Muchas gracias. No quisiera molestar...
  • No vas a molestar. Los hombres buenos siempre son bien recibidos.

Escena 3

  • No te pido que hagas nada, alcalde. Solo quiero que vengas, cuando puedas, a tomar un vino antes de que caiga el sol.
  • Vale. ¿Te viene bien mañana?
  • ¿A las 5?
  • Perfecto.
  • Ven con Sira. Me gustaría saber su opinión.
  • Se lo diré. Espero que no tenga nada.
  • Nos vemos mañana.
  • Pasa buen día, Diego.
  • Buen día, alcalde.

Escena 4

El Sol se inclina sobre la cara oeste de la alineación montañosa llamada Peña Rubia (o Peñarrubia), que se extiende por tres términos municipales vecinos y que alberga el cauce seco de un pequeño río, antaño rebosante de agua: el Vinalopó. Su hálito dorado empapa, palmo a palmo, cada matorral de bosque bajo y silvestre.

Desde su ventanilla, Sira puede contar hasta cinco tonos de rojo en la tierra y está perdiendo la cuenta de las tonalidades verdes. El cielo anaranjado, violáceo, rosado, bermellón, púrpura, azul… alguna nube salpicando… parece una foto vocacional.

El capó del 206 del alcalde avanza hacia la edificación de entrada a la urbanización fantasma, de decadente y premeditado estilo pseudo-morisco de los años del boom del ladrillo, que demuestra que el dinero y el buen gusto no siempre van de la mano. A partir de ahí, todo cambia.

Los novecientos cinco metros del pico titular se interponen entre el Astro Rey y la pareja de tortolitos, arrojando sombras donde antes se mostraba una alfombra de ámbar.

La rugosidad del asfalto se recrudece y comienzan a avistarse, para sorpresa del primer edil, baches… socavones… grietas… cráteres… El coche avanza en primera, con el piloto erizado sobre su asiento. La carretera se empina y, de pronto, se hace intransitable. Hay que dar marcha atrás y buscar otro modo de subida.

Escena 5

  • ¡Hombre, parejica! ¡Os esperaba hace más de media hora! ¡Sira! ¡Qué guapetona estás, jodía!
  • ¿Qué tal, Diego?
  • ¡Joder! ¡Cómo está para subir aquí! ¡Eso sí es una peli de miedo!
  • Ya ves, alcalde. Parece que Peña Rubia ha dejado de pertenecer al pueblo, porque nos habéis dejado de la mano de Dios. ¿Tú qué dices, Sira?
  • Que es un paraíso… una pena…
  • Sí, una pena… uno de los reclamos de los que más orgullosos están en la concejalía de Turismo. Imaginaos tener que subir aquí todos los días…
  • ¿Os apetece un vino?
  • Mejor un agua, gracias.
  • ¡No me seas mantellina! ¡Pa una vez que nos vemos!
  • ¡Tienes razón! ¡Ven Gabino!
  • Por cierto, me he currao el Come rain or come shine con la armónica. ¡A ver cuándo la hacemos!
  • ¡Llevo la guitarra en el coche!

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