Fuego de virutas

A galopar

Sabemos que no es porque en la mayoría de los casos es imposible que haya podido ser, pero resulta como si fuera. Y resulta que aquella noche, escuchando a Paco Ibáñez en el Teatro Circo de Orihuela, tuvimos la sensación, volvimos a tener la sensación, de que los poemas musicados por el cantautor eran poemas escritos por cada uno de los poetas con la intención –y hasta con el deseo– de que algún día el cantautor los cantara. Por los siglos de los siglos.

Por los siglos de los siglos porque en este concierto no sólo fueron convocados los poetas contemporáneos a Miguel Hernández, como estaba previsto por los actos relacionados con el setenta aniversario de la muerte del escritor oriolano, sino también, como nos tiene acostumbrados el Paco Ibáñez de siempre, se nos trajo a Quevedo y a Góngora y a Manrique. Éstos, como sabemos, de mucho antes a Hernández. Y además también hubo poetas de ahora. De la jienense Fanny Rubio nos cantó, con bella melodía, ese triste poema dedicado al derrotado rey Al-Mu'tamid de Sevilla.

Es cierto que el trovador en diversas ocasiones ha aludido a su encuentro con Pablo Neruda en París en el que el poeta chileno le sugirió que cantara sus versos. También que Alberti, abandonado de toda inmodestia, reconocía que su "Galope" parecía escrito para ser la mejor canción de Paco Ibáñez, mostrando una gran satisfacción al sentirla cantada. Posiblemente la misma satisfacción, imposible por diacrónica pero posible por la compenetración mágica que logra Ibáñez con las letras, que hubiera mostrado Jorge Manrique o el Arcipreste de Hita escuchándose en la voz galga del cantautor. Éste que aún resulta contestatario. Como cuando en vinilo lo escuchábamos en los setenta haciendo de nuestras casas, o de los espacios compartidos con los amigos, una extensión del Olympia parisino, convirtiéndolos en patio de butacas, o en tramoya, de ese histórico teatro del bulevar des Capucines. Entonces, en los setenta, éramos en una España necesitada de esperanzas frente a un presente de tinieblas disipándose mejor que peor. Éramos esperanza y mucha ilusión. Y los versos, conciencia poética de voces seculares labrando ideales y críticas universales, inspiraban nuestras rebeldías y compromisos. Volviéndolos a escuchar ahora, y otra vez de la voz de Paco Ibáñez, no resultan versos caducos, porque son poesía de la conciencia eterna del hombre, esencia del ser humano que inspiró a los mejores para decir lo fundamental (amor, verdad, tesón...) y denunciar lo odiable (hipocresía, egoísmo y avaricias, vanidad...) Aun cambiando las circunstancias, estos versos, como las tierras de España en el "Galope" albertiniano, "suenan, resuenan, resuenan". A corazón. Porque las circunstancias de ahora, siendo otras, no enmudecen el sentido de las letras que siguen y seguirán espoleando nuestra conciencia de ser humanos para preocuparnos por la necesidad de un mundo mejor. Más habitable.

Hubo en la actuación una brillante novedad para nosotros, la intervención en algunas canciones del guitarrista Mario Mas. Aunque su participación fue breve nos dejó muestras magistrales de muchas sensibilidades y técnicas. Por otro lado, en el contubernio de poetas traídos, echamos de menos a Celaya, su "España en marcha" y, sobre todo, "La poesía es un arma cargada de futuro"; poema en el que creemos como himno de poetas donde se encierra el sentido del quehacer del trovador Ibáñez cuando nos recordaba: "Maldigo la poesía concebida como un lujo / cultural por los neutrales / que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. / Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse."

Esto para jodernos, por si acaso nos tentaba –que nos tienta– el entretenernos en el perfume de las flores.

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