Abogado del Diablo
Ángel Pelluz es un veterano abogado que se ha hecho ahora famoso, a sus noventa años, por defender a unos cabezas rapadas y acusados de vapulear en la vía pública a un presunto mendigo. La defensa misma no es noticia, pues toda persona tiene el derecho a un juicio justo y por tanto a una defensa legítima; lo que ha levantado ampollas es su fobia a los pobres, alegando que los mendigos no tienen derechos, que la Carta Magna no contempla la vagancia, que no pueden ser considerados personas y que son un cáncer para la sociedad, y como tal, debiera ser extirpado.
En su argumentación expresa nostalgia de la derogada Ley de Vagos y Maleantes, puesta en escena el 4 de agosto de 1933. Promovida por la republicana y conservadora CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas), en esta Ley los vagos y mendigos son tratados como verdaderos delincuentes y, si bien el decreto no los podía multar, por insolventes, ni encarcelar, por carecer de conductas agresivas, sí tenía un poder disuasorio y los marginaban con el hostigamiento del destierro. De esta forma las víctimas se convertían en maldecidos errantes y su presencia no resultaba grata en ningún lugar de bien. A los vagos y maleantes se les unieron en la lista negra los gitanos y homosexuales, siendo culicos de mal asiento allá por donde fueran.
Es verdad que vagos y maleantes hubo siempre, pero la citada ley de 1933 no daría abasto ahora, no ya con pobrezuelos y mendigos, sino con banqueros, políticos, empresarios, duques y tesoreros. Todo lo dicho y volviendo al caso del abogado, resulta que toda la estrategia y táctica del abogado se basa en que, como el agredido era un presunto vago, estaba justificada la brutal paliza que recibió de sus defendidos. Si estas razones son así no sólo los órganos superiores de Justicia, también el Colegio de Abogados, deberían echarle el guante e inhabilitarlo lo que le quede de vida.
Luego se supo que el que recibió la agresión no era ni vago ni maleante, simplemente se tumbó en un banco a la espera de la apertura de la oficina donde tenía que realizar una gestión. Y aunque fuera un pobre hambriento pedigüeño, ¿puede ser impunemente golpeado? Si el abogado fuera inteligente habría basado su defensa en otros detalles, como que sus clientes estaban hasta el culo de coca y saciados de bebida, que confundieron a la víctima con Luis Bárcenas o que se pelearon entre ellos y al cruzarse la víctima por medio recibió los azotes involuntariamente. Pues no. La defensa arguye que como el vapuleado no es persona se le puede tranquilamente abofetear, insultar, maltratar y torturar.
Antaño los ociosos y bohemios eran una estirpe rara, llamando la atención sus sucias vestimentas y sus descuidados aspectos, provocando más la vergüenza ajena que la que ellos mismos pudieran delatar. Bastante vergüenza ocasiona pedir manutención a gente desconocida que percibir además el esquivo disimulado del personal decente. Es cierto que había desocupados de oficio y hacían del rogatorio un arte casi profesional, pero del desprecio social al perseguimiento jurídico hay un gran trecho moral.
Ignora este abogado del diablo que los tiempos han cambiado a peor y que en los años que corremos la pobreza se ha multiplicado, que cada vez son más las personas que antes vivían con dignidad y ahora se encuentran en ese umbral fronterizo de apelar a la necesidad, que los sin techo pululan por todas las plazas, que los desahuciados suponen un nuevo frente y que si antes nos acorazábamos ante la miseria ahora estamos absolutamente expuestos a ella, pues se aloja entre nosotros.
Ya no hay familia que no esté golpeada por el paro, la falta de ingresos y la escasez de recursos. Mañana, los que añoran una Ley racial, podrían ser nuevos indigentes y ser sometidos a un ataque brutal. Así que, señor abogado, mejor se retire y descanse en paz.