El Diván de Juan José Torres

Abusos e indiscreciones bancarias

No circulando el dinero como debería, cada vez más abundan esas bandas mafiosas y organizadas que detectan a un cliente en una sucursal, observan que realiza un reintegro importante, lo fichan con una descripción física, así como el atuendo que lleva; le siguen, le rajan las ruedas del vehículo si es necesario y, cuando la víctima se apea del coche por el reventón, le abordan con el pretexto de ayudarle hasta que despluman al inocente en el menor de los descuidos. Es una práctica que se está poniendo de moda y el indefenso burlado se queda con cara de tonto y sumido en rabia e impotencia.
“Mala suerte” dirán algunos, pero esta incidencia es evitable, porque este tipo de robo para nada es accidental, pues desde las mismas dependencias bancarias y de cajas de ahorros se crean las condiciones para que ocurran estos desagradables incidentes. Las entidades deberían proteger a sus clientes, no sólo en sus caros anuncios publicitarios, donde insisten con vehemencia que lo más importante es el cliente y sólo velan por él. De ser así protegerían a la clientela con mimo y eficacia, facilitarían sus gestiones en vez de ponerles inconvenientes y ofrecerían sus mejores recursos, técnicos y humanos, para que la estancia en las oficinas fuera corta pero agradable, nunca interminable y agotadora.

Es demencial que el cliente realice un reintegro, de escaso valor o de suma importancia, en el público mostrador, en la caja o ventanilla. Sí, es verdad que para un reintegro considerable hay que solicitarlo con algunos días de antelación, pero llegado el momento la persona que va a retirar su dinero lo hace a la vista de todos y después de hacer cola. Expuesto a las miradas de gentes de todo tipo, curiosas o que pasan, sencillas o misteriosas, personas de bien o desalmadas pendientes de encontrar una fácil presa. Esto es así diariamente, incapaces las entidades de recibir y pagar a su cliente en un reservado fuera del alcance de miradas indiscretas; por eso, determinados robos resultan gratuitos e innecesarios, porque jamás se producirían si las entidades fueran sensibles y discretas.

En ocasiones, a estas incongruencias se le añaden otras manifiestas torpezas, generadas en estos casos por el personal empleado. Algunas veces alguien vocea a un compañero la frase, fuera de lugar, de aviso: “Pepe, acuérdate que a las once viene la estanquera a por los ocho mil euros”. O “mañana al mediodía viene el gerente de tal empresa para ingresar los cincuenta mil”. Comentarios de este tipo a voz alzada son peligrosos y de consecuencias insospechadas, pues nunca se sabe qué oídos los reciben y con qué intenciones, pudiendo ocurrir que esperen a la estanquera a la salida del banco o aborden al gerente a su entrada. Lo más recomendable es que la comunicación ente los empleados fuese profesional y confidencial, es decir, privada; o que se pasaran los mensajes por escrito.

De modo que entre unas cosas y otras se pueden encadenar una serie de errores en las sucursales cuyos desenlaces pueden perjudicar seriamente a la clientela, quedando blindada la entidad. Vaya por delante que esta exposición sólo pretende que, si llegase al conocimiento de algunos directivos, se pongan los medios necesarios para procurar que estas deficiencias sean subsanadas, en tanto lo que está en juego ya no es sólo el dinero perdido, sino en ocasiones la integridad física. Si alguien toma nota mi enhorabuena y si no, seguirán echándose piedras a su propio tejado.

Ya se encuentra la clientela demasiado indefensa frente a los abusos bancarios, sin entrar en detalles de los cobros de comisiones por todo y para todo; o por las larguísimas colas y horas de espera para realizar ingresos en un cajero que ni nos conoce ni nos habla. Que para tratar con una máquina prefiero mi dinero en la loseta.

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