Bien estamos, estamos

Fulminantes fulminantes

Ibi, dieciséis de agosto de 1968. Sobre las ocho y media de la tarde se escucha un estallido atronador

Hay sucesos que no se olvidan en la vida. Se quedan grabados para siempre. Aparentemente parecen borrados porque su presencia no es constante ni deseada. Además, uno no los echa de menos porque son dolor. Luego, algún día, en algún momento, espoleados por la noticia de algún acaecimiento similar se reeditan en la memoria con una claridad meridiana trayéndonos intensos los desasosiegos vividos en aquellos días, la inquietud de la tragedia, la pena.

Ibi, dieciséis de agosto de 1968. Sobre las ocho y media de la tarde se escucha un estallido atronador, como el que pudiera producir la explosión de una bombona de butano. Llueve ceniza. El cielo se tiñe de un extraño color. Un color naranja formando un hongo. Cristales que estallan. Lo dicen algunos testimonios. Todo parece presagio de alguna desgracia que será corroborada por los gritos, los llantos y las sirenas de las ambulancias.

Y es que así fue, una desgracia, el accidente en la fábrica Mirafé, en la fábrica de la pólvora, donde los pistones fulminantes para aquellas pistolas de juguete como las click pum de la casa Pilen. Durante la noche, la Iglesia parroquial de Ibi fue convirtiéndose en un improvisado tanatorio. Los heridos, trasladados al hospital de Alcoy. Y familiares buscando a familiares.

Nosotros tuvimos alguna de esas pistolas. O similares. Unas, como las mini Interpol, eran llaveros. Otras, también en miniatura, imitaban la pistola de un bucanero, o un colt del lejano oeste. También recordamos algún rifle que gastara esos detonadores rosáceos. Nos atraían por el estallido y es posible que también por ese algo de adicción que tiene el olor de la pólvora. Nos atraían antes que aquellos rifles inocentes que mercábamos en las ferias de noviembre con proyectil tapón de corcho atado con un hilo para no perderlo en el disparo, incluso más que aquellas carabinas negras de Madel –la casa de los Madelman– que lanzaban bolas amarillas como pelotas de ping pong, Carabinas Safari Salón de Tiro. En estas la caja misma servía de pimpampum a modo de caseta de feria, donde las fauces de un jaguar, un león, un gorila y un tigre –abiertas una vez perforada la zona azul por el punteado– servían de diana tragabolas.

La tragedia de la Mirafé nos quitó las ganas de aquellos fulminantes porque nos recordaban la desdicha. Mi hermano lo vivió como tragedia nuestra. Recordándolo y recordándolo. Treinta y tres muertos, treinta en el instante y tres posteriormente. Treinta y tres muertos y muchos heridos bajo los escombros. Entre las víctimas, varios menores y una mujer embarazada. Muchas víctimas y... Y muchos porqués sin respuesta en el silencio de aquellos años de silencio.

Silencio frente a las irregularidades que cuestionan la accidentalidad y suman tragedia a la tragedia multiplicando los interrogantes, las dudas sobre si lo que sucedió podía haberse evitado: cuatro años sin licencia, la fábrica. Trabajadores sin contrato, realidad. Varias de las víctimas, menores de catorce años. La prevención de riesgos, quimera; de hecho, días antes trabajadores de la fábrica habían sufrido quemaduras leves comprobando que los minifulminantes eran un peligro...

Más detalles sobre la tragedia se pueden consultar en el libro Mirafé, retrato de una época (Àrea Oberta, 2008), obra de Vicente J. Sanjuán y Raúl Castelló, con prólogo de María José Martínez, directora del archivo histórico de Ibi. María José Martínez, cuando lo de la Mirafé tenía cinco años, la misma edad que cumpliríamos nosotros ese mismo año, a un mes y medio más tarde de la tragedia. Tragedia que se nos quedó grabada para siempre. Como parece que se graban los dolores de lo evitable. Para siempre.

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4 comentarios

  1. Amigo Mateo:
    Unos años después del suceso, un muchacho de Ibi participó en un festival celebrado en los Salesianos de Villena con una canción compuesta por él mismo y dedicada a su madre que falleció en la explosión. Ahora no recuerdo si ganó o no, pero quedo en lugar destacado, porque aquello emocionó a toda la concurrencia. ¡Como sería la cosa, que todavía lo recuerdo! Como también recuerdo que existía una grabación de aquel festival, que escuchamos muchas veces, gracias a Juanra Quilis (Radio Villena).
    Gracias también por la referencia a Pilen, que he hecho llegar a mi amiga Pilarín, hija de Enrique Climent.
    Un abrazo.

    1. Estimado Carlos:
      Cuando escribía el artículo me vino también el recuerdo de aquel festival y aquella canción. Como en sueños.
      Pasados los años, no lo tengo muy claro, no sé si en algún acto en una sede de CC.OO. en Villena, ya en democracia, actuó este cantautor y recordó la canción. Pero ya te digo, no lo tengo muy claro. Mi memoria se alimenta mejor con libros que con mis recuerdos.
      Cuando el suceso de la MIRAFÉ yo tenía cuatro años y pico. Si lo tengo grabado con pena en mi memoria es porque mi hermano Joaquín lo vivió como propio. En el artículo lo digo, teníamos pistolas que gastaban esos fulminantes; y después de la tragedia, nada más verlas nos recordaban el desastre. Y era/es la tristeza.

  2. En esa explosión murió mi madre. Todavía estábamos en una dictadura y, posiblemente la causa central de ese asesinato en masa fue el franquismo y su desprecio por la vida de los trabajadores reemplazables. Mucho he escrito al respecto. La herida nunca cierra y han pasado 55 años. El libro al que haces referencia, siendo un trabajo de agradecer, al final trata la tragedia como si hubiera sido un accidente laboral o un fenómeno meteorológico inesperado y poco predecible. Pero no. Allí hubo culpables y las autoridades ylos jueces de la época se encargaron de echar tierra sobre el asunto. En este enlace está el texto que escribí y leí en el monumento memorial que el pueblo de Ibi inauguró en memoria de los trabajadores de MIRAFE. En él figuran los nombres de de todos ellos y de los dos empresarios que tuvieron la culpa de la tragedia (evidentemente una vergüenza). https://callecadarso.wordpress.com/2017/05/01/la-memoria/

    1. Estimado Felipe:
      Tu testimonio confirma mi conclusión: “dolores de lo evitable”. Por ello también digo sobre los “porqués sin respuesta en el silencio de aquellos años de silencio”.
      El objetivo de esta columna –“Bien estamos, estamos”, continuidad de la que hace diez años publicamos bajo el título “¿Cómo están ustedes?”– es traer principalmente recuerdos de nuestra infancia. Y ten por seguro que de nuestra infancia tenemos grabada esta tragedia.
      Y porque aún nos duele… Un abrazo solidario.

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