Agosto efervescente
Sea como sea, sin motivo alguno, ya desde el día en que pisé el suelo con firmeza llevando aquellos minúsculos zapatitos azul marino del número dieciséis hasta hoy día, al llegar agosto tengo la sensación de que algo diferente se respira a este lado del sureste peninsular. No se trata, espero, del pálpito festero, sino de otro ambiente, un ambiente artístico y festivo, de movimiento en las calles, de actividades nocturnas, de encuentros ocasionales y de quiebros en esa monotonía que invade gran parte del año.
Será por la Semana de Cine. Que parece que siempre ha estado ahí y que alegra el verano (aunque en su última etapa no logre convencernos a cierto porcentaje de público). Serán los conciertos, antes de mano del Club de Jazz, rotando de plaza en plaza y haciéndonos salir a la calle; o luego los del Luciano Arena concentrándonos junto al Paseo Chapí; o ahora los Agosto Directos del Colosseo en la Plaza de Santiago. También el Festival de Títeres del barrio Las Cruces-San Crispín, dándonos una excusa para abandonar la calentura del hogar y salir a la calle; o el Concurso de Monólogos del Rabal, o las fiestas que montan aquí y allá: la del Sombrero, o la de MQR
El caso es salir
¡No! El caso es respirar cierta efervescencia en estos días calurosos de agosto, respirar cierta vida, disponer de alternativas al aire caliente, al día a día, al todo siempre es igual.
Pero entrando en terreno dedicado al ocio y la fiesta, sin intención de crear conflicto ni meterme donde no me llaman, tengo que decir que pese a su sinceridad y realismo no me resultó muy esperanzadora la declaración de la concejala Isabel Micó respecto a los ciento setenta y cuatro euros disponibles en la partida presupuestaria de Fiestas (imagino que ustedes, queridas personas, saben que me refiero a las de Moros y Cristianos). Y no digo poco esperanzadora porque me preocupe en exceso si hay o no pendones colgando sobre nuestras calles. Lo digo como aquel que ve las barbas del vecino pelar (y la concejalía vecina a la de Fiestas es la de Cultura). Lo digo por la sensación que con tales declaraciones transmite el ayuntamiento a la ciudadanía.
Porque no vivimos tiempos de andarnos con muchas tonterías y en gran medida sabemos o intuimos que nuestras necesidades de esparcimiento, relajación y diversión, son casi tan importantes como otras necesidades vitales. Y no estamos en un momento propicio para sustos, sorpresas o desilusiones. Una gran mayoría de familias nos hemos ido acostumbrando a ajustarnos el cinturón, a reducir o espaciar las celebraciones. Y es evidente que nuestro Ayuntamiento también debe hacerlo. Pero debe hacerlo como lo hacemos en nuestras familias: evitando el alarmismo, procurando no aparentar normalidad, sino creando otra normalidad.