Apaga y vámonos

Agrupémonos todos

“Agrupémonos todos, en la lucha final…” dice una de las estrofas de La Internacional, la canción más famosa del movimiento obrero, en la práctica el himno de los trabajadores de todo el mundo, que analizado a día de hoy está más que desfasado, como los sindicatos españoles, que en efecto, dirimen su lucha final antes de pasar a convertirse en un epígrafe más de los libros de historia.
De la fallida huelga celebrada este miércoles –fallida porque ha quedado demostrado que su poder de convocatoria, sin recurrir a la violencia, es más bien reducido– pueden extraerse unas cuantas conclusiones que explican a la perfección la brecha que ha surgido entre los trabajadores y quienes se consideran a sí mismos sus representantes, que en realidad no son más que una casta privilegiada e intocable, un colectivo ensimismado en sus relaciones con el poder y en el reparto de subvenciones y cada día más ajeno a los verdaderos problemas de los obreros, empezando por los parados, por quienes no han movido ni un dedo en los más de dos años de crisis que llevamos sufridos, que UGT y CC.OO. han pasado haciendo manitas con un Zapatero que, si bien no es responsable de la crisis, sí lo es de las medidas que ha tomado, o no, nuestro país para combatirla.

Más allá de que el simple recurso a la violencia –los piquetes “informativos” deberían estar prohibidos por ley y sus integrantes encarcelados– o el intento de imposición de sus posturas –¿quiénes se creen que son para insultar a quien decide libremente no secundar la huelga, impedir hacer su trabajo a quien lo desea o colocar carteles que dicen “Cerrado por huelga” en aquellos negocios que quieren abrir y trabajar?– les quitan la mucha o poca razón que puedan tener, lo cierto es que esta última huelga no hay por donde pillarla, y a quienes han pretendido imponérnosla o nos han faltado el respeto por no secundarla, aún menos.

¿Qué pretenden ahora, además de justificarse ante sí mismos y la opinión pública? ¿Por qué no se ha hecho la huelga durante la elaboración de la Reforma Laboral o los Presupuestos Generales del Estado, a ver si conseguían modificarlos, y en su lugar se han esperado a que estuvieran terminados, cuando ya no había nada que hacer? ¿No son conscientes de que un día de huelga, en lugar de ayudar a España, a sus empresas y a sus trabajadores, sólo va a conseguir dañar aún más a un tejido productivo herido de muerte? ¿No se han enterado de que el problema de nuestras empresas es la falta de competitividad y con una huelga la dañamos aún más…?

Nuestros gobernantes podrán ser mejores o peores, pero cada cuatro años podemos cambiarlos. A “nuestros” sindicalistas, en cambio, tenemos que aguantarlos nos gusten o no. Por poco tiempo, espero.

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