Apaga y vámonos

Alcaraz, ese hombre

Francisco José Alcaraz era un ciudadano anónimo hasta que un terrible atentado marcó su vida. El 11 de diciembre de 1987, su hermano, de 17 años, y dos sobrinas, de tres, murieron asesinados –junto a otras 9 personas– por ETA en el atentado contra la Casa Cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza. Desde entonces, atravesado por un dolor más que comprensible, este humilde peluquero de Torredonjimeno (Jaén) ha emprendido una cruzada que lo ha llevado a inspirar en mi persona todo tipo de sentimientos, desde la solidaridad y el apoyo inicial –solidaridad y apoyo que todos hemos prestado siempre hacia los colectivos de víctimas del terrorismo– hasta el hastío y la repulsa que me provoca ahora con solo verlo asomarse a cualquier telediario.
Tras el atentado, Alcaraz sufre una crisis que intenta superar abandonando el catolicismo para convertirse en testigo de Jehová, primero, y evangelista después, aunque al parecer no encuentra en la religión la solución a sus problemas. Es entonces, en 1999, cuando decide dar el salto al asociacionismo pro-víctimas intentando crear una asociación paralela a la Asociación Andaluza de Víctimas del Terrorismo, proyecto que tumbó la Audiencia Provincial de Sevilla. Entonces crea, en Jaén, la asociación Verde Esperanza, al frente de la cual sitúa a su pareja, la pescadera Mª del Carmen Álvarez, que no tiene otra relación con las consecuencias del terrorismo que su vinculación sentimental con el propio Alcaraz. Es su pertenencia a dicha asociación la que le permite participar por primera vez, en 2002, en una asamblea de la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT), que se encontraba sumida en una profunda crisis económica porque el entonces Ministro del Interior, Ángel Acebes, mantenía retenidas las partidas presupuestarias con las subvenciones destinadas a la AVT.

Sin dinero, la AVT apenas puede cumplir con sus objetivos –que según sus estatutos no son otros que prestar apoyo a las víctimas, por ejemplo, pagando fisioterapeutas o tratamientos psicológicos–, por lo que tiene lugar una asamblea a la que apenas asisten asociados, excepto los que llenaron el autobús fletado en Jaén por el propio Alcaraz, que consigue así imponerse en la asamblea y colocar a su directiva, de la que ya forman parte él y su pareja, presidida por Luis y Daniel Portero, hijos del que fuera fiscal jefe del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, Luis Portero, asesinado por ETA en el año 2000. Con el tiempo, y viendo la deriva que toma la situación, Luis Portero hijo –para nada sospechoso, ya que es Secretario de Organización del PP de Málaga– abandona la AVT y afirma que “no estoy de acuerdo con la gestión y comportamiento del actual presidente. A la vista está la gestión de un señor que sale más en prensa para cuestiones políticas que para contar las ayudas de la asociación a las víctimas”.

El final de esta historia es conocido: durante la presente legislatura, lo que queda de la AVT (las bajas durante la presidencia de Alcaraz son numerosísimas) se ha manifestado hasta 8 veces contra el gobierno y se ha negado a asistir a la única concentración convocada contra ETA. Alcaraz, un experto chupacámaras, ha conseguido poner en un brete a Mariano Rajoy, legítimo representante de millones de españoles, y ha contribuido en gran medida a la división de la sociedad española que tanto mal nos está haciendo, y todo ello a cambio de un sueldo de 9.000 euros mensuales (sumando el suyo y el de su pareja) y la posibilidad, ya verán ustedes, de pillar un carguico a cuenta de los Presupuestos Generales del Estado.

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