Alcaraz y la cima del mundo
Todos los padres del mundo habríamos abrazado con frenesí a Alcaraz y le hubiéramos ofrecido generosos nuestro hombro…
Solo hay dos caminos para alcanzar la cumbre de la montaña; uno, a lomos de un aquila heliaca, misión encomendada solo a ícaros temerarios y sedientos de trascendencia, y el otro, el ascenso duro y pausado, la vía pragmática de los guerreros mortales. Esta última senda, escarpada y repleta de aristas, es la que ha emprendido el tenista murciano Carlos Alcaraz Garfia.
A sus 18 años y unos pocos meses, Alcaraz se halla ya inmerso dentro de una vorágine superlativa, una vez destapado el tarro de sus esencias, y sus mismos correligionarios le eligieron en 2020 como el mejor jugador revelación del mundo. Un escenario nuevo, excitante a la par que voraz y despiadado, donde las victorias son recibidas con alborozo por la concurrencia y, las derrotas, interpretadas como gestos de evidente fracaso, cuando no recibidas con la frialdad del vilipendio y la deshonra.
Carlos sufrió en la noche del jueves, en París Bercy, uno de esos momentos emocionalmente traumáticos, despeñado en el desfiladero de la algazara gala, volcada con su particular Ulises, el francés Hugo Gaston, héroe legendario, revestido de tenista invencible y tocado por la velocidad de Mercurio.
Colapsado en todos sus sentidos, Alcaraz, con rostro conmocionado, no daba crédito a como una poderosa mano invisible frenaba el ímpetu natural de su raqueta. La caída al abismo era inexorable. Una suerte de Primoz Roglic, cuando ya se disponía a alzarse como hercúleo ganador del Tour de 2020 y otro esloveno, casta de titánicos deportistas, Tadej Pogacar, le sobrepasó aupado por el viento y la furia, en una contrarreloj épica.
Carlos Alcaraz es aún un adolescente, un niño grande, diría yo. Demonios, si aún no tiene el carnet de conducir y ya le exigimos que nos traiga como dádiva los diez anillos de Saturno. Dejemos que explore su camino, que endurezca su piel caribeña, que continúe sin superfluos agobios su metódica escalada hacia la cima.
El jueves por la noche, cuando el dulzor de la miel se tornó hiel en minutos, el hecho de ver a Carlos con su rostro cariacontecido, atónito, debatiéndose entre la frustración, la impotencia y la soledad, muchos padres sufrimos un tremendo escalofrío a ras del espinazo. Mi hijo tiene 18 años y unos pocos meses y ante esa tesitura hubiera llorado, gritado, aullado de dolor, hubiera huido, como todo hijo de vecino. En ese momento cuasi bíblico, todos los padres del mundo habríamos abrazado con frenesí a Alcaraz y le hubiéramos ofrecido generosos nuestro hombro para derramar colina abajo ese mar de lágrimas y desolación acumuladas.
Y sin embargo, no debemos de temer por él, ya que Carlos posee todos los ingredientes de un gran cíclope; rebosa talento, creatividad, cultura del esfuerzo, sacrificio y entrega a raudales, nobleza y capacidad para sobreponerse al impacto inmisericorde del meteorito. Alcaraz regalará al mundo del tenis con grandes logros, presentes y futuros, arropado por un equipo humano de proporciones sobresalientes. Trovadores y juglares relatarán sus gestas y grandes nombres glosarán sus infinitos logros. Él y solo él decidirá cuándo y cómo acariciar la cima del mundo. Aúpa Alcaraz.
Por: Marcos Rubio Sicilia, campesino