De recuerdos y lunas

Aldabas

En Segorbe, el robo de las aldabas del antiguo Hospital y Casa de la Misericordia ocurrido este verano me trajo a la memoria la desaparición de los picaportes en el Ayuntamiento de Villena. No recuerdo bien cuándo fue lo de Villena pero lo viví como premonición negativa de cosas políticas. Porque preocupado por la pérdida patrimonial, no menos me preocupaba lo que podía simbólicamente significar que un ayuntamiento no tuviera llamadores y desde entonces la ciudadanía tuviera que dejarse los nudillos en la puerta de la Casa Municipal para ser atendida en preocupaciones o necesidades.

No seré yo quien afirme desatención de nuestros representantes. Que siempre he tenido trato cortés con quienes inquilinos del poder o del contrapoder han habitado o habitan la casa. A pesar de las diferencias, a pesar de las críticas, no se me ha hecho nunca un feo. Lo que escribo es sólo un miedo que a veces me viene porque pueda pasar. Cuando el robo de las aldabas ese miedo me vino. Y me recordó aquel artículo que ilustrado por Andre publicamos en la revista mensual "Villena" en 1990, cuando uno era –esto creo– más francotirador de la palabra que ahora. El artículo, bajo la amarga sección que decía "Ex abrupto", se titulaba "Tirar piedras", escrito que he tenido que traer estos días al hilo de la presentación del libro "Contemplación de la sorpresa" ilustrado con hermosura precisamente por Andre.

Siempre nos ha preocupado y nos preocupa la transparencia municipal. No en vano, en Orihuela, hace unos años, cuando aquel interventor se escapó del Ayuntamiento amenazando el mover todas las alfombras, un grupo de ciudadanos varias veces unidos en concentración no pedíamos otra cosa que el desempolve de felpudos, esteras, rincones y telarañas. Transparencia. Gladnost –o Glásnost– que decía Gorbachov. Se nos acusó de eruditos.

Es derecho civil y civilizado el saber cómo se gestiona hasta el último céntimo aportado por los contribuyentes. Igualmente, es derecho civil y civilizado el ser atendido en nuestras cuitas públicas por quienes controlando el mando o controlando al mando nos representan. Pueda ser que en ocasiones los ciudadanos no veamos más problema en nuestro pueblo que el problema que a nosotros nos afecta en la puerta de nuestra casa, esto frente al desvelo de quien teniendo la responsabilidad de gobierno tiene la obligación de atender y comprender toda la ciudad. Por ello más se necesita la transparencia, la información. Si los ciudadanos supiéramos más de todo lo que preocupa en nuestra ciudad, más podríamos asumir la responsabilidad colectiva de ser ciudadanos. Por ello es fundamental abrir las puertas para abrirse a las gentes.

En la España histórica, consistorial y no consistorial, hay puertas donde las aldabas están en lo alto. No las alcanza un hombre a pie. Eran para servicio de los caballeros a caballo. Para que no tuvieran que descender de su montura y correr el riesgo de mancharse de barro –o de mierda– cuando quisieran llamar a una puerta. La plebe, por lo común mugrienta, se tenía que dejar las manos o las voces para pedir. Entre boñigas y fango. Así acudían, por ejemplo, a los conventos y hospitales de la beneficencia. Así a las casas señoriales. Por un trozo de pan, por un cazo de sopa, por una moneda.

Con picaportes o no, las puertas municipales deben estar siempre abiertas, que bastantes laberínticos son algunos edificios públicos para ir poniendo más trabas. Que es fundamental el que los ciudadanos puedan contemplar lo que se cuece dentro de nuestras casas de Propios. Porque cerradas las puertas y sin aldabas, ¡qué remedio!, tendremos que rompernos los nudillos. Despellejándolos.

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