De recuerdos y lunas

Amores, frutas y flores

Si amor tranquilo, aceituna. Si amor sincero, albaricoque. Si dulzura amorosa, almendra. Si delicadeza, frambuesa. Si amor efímero, avellana. Si duradero, dátil. Si disimulado, fresa. Si violento, granada. Si acerbo, higo. Si platónico, mandarina. Si tradicional, manzana. Si generoso, melocotón. Si imposible, melón. Si campestre, mora. Si grande, naranja. Si inseguro, nuez. Si ingenuo, pera. Si ligero, piña. Si tierno, plátano. Si atormentado, pomelo o toronja. Si loco, uva.

Así comunicaban nuestros bisabuelos sus sentires. Con estas complejidades que suplían los silencios de una sociedad tan exquisita como mojigata en sus relaciones entre sexos. Lo mismo con abanicos. Lo mismo con flores. Todo un código de protocolos complejos bastante cursi. Por ejemplo, los pliegues en las tarjetas de visita adelantaban el motivo de la nota pues según recoge Luis Carandell en "La familia Cortés. Manual de la vieja urbanidad", Ezequiel Solana, abuelo de Javier Solana, en sus "Reglas de urbanidad y buenas maneras. Advertencias útiles que conviene conocer y practicar a toda persona, para vivir en sociedad", informa que una tarjeta doblada por el ángulo superior izquierdo indica despedida; si el superior derecho, visita; felicitación si se dobla el inferior izquierdo y pésame el inferior derecho; para comida, se arquean los dos ángulos superiores; los dos inferiores, para baile; una boda se comunicaba doblando los dos ángulos de la izquierda; un entierro, los dos de la derecha; para recomendación se doblaba el margen izquierdo y, para excusa, el derecho; una cita se preanunciaba en la tarjeta doblándola diagonalmente de derecha a izquierda y una negativa plegándola diagonalmente de izquierda a derecha. Así con múltiples combinaciones para según los casos. También los diferentes lutos tenían su tarjeta específica: negra para el luto riguroso, con orla negra para medio luto y con filete negro estrecho o ángulo superior izquierdo en negro para alivio de luto.

Pero volvamos al amor. También las flores y las plantas expresan las variedades del mismo. Lo matizan. Así el mirto se utiliza para expresar amor en general. Para el amor a la naturaleza, azalea rosada o magnolias. Para quien ama la soledad, sauce común. Para el amor ardiente, blanco clavel. Para el amor confidencial, fucsia escarlata. Para el amor conyugal, flor de durazno. Para el correspondido, ambrosía o palma de jardines. Para declararlo, durazno. Para el amor desgraciado, balsamina o zarza lobera. Para el amor divino, flor de Espíritu Santo. Para el amor eterno, flor perpetua. Para el filial, adelfa. Para el fraternal, madreselva. Para el maternal, ciclamino o musgo. Para el paternal, azahar de toronja. Para el frágil, crisantemo amarillo. Para el amor joven, viscaria roja. Para el no correspondido, extraña morada. Para el platónico, amaranto o pensamiento silvestre. Para el amor propio ofendido, botón de plata. Para el amor secreto, acacia amarilla. Para el sincero, clavel doble o nomeolvides. Para el amor sin esperanzas, tulipán amarillo. Para el tierno, pinito. Para el tímido, hojas de mirto. Para el vivo y puro, clavel rojo. Para el voluptuoso, rosa de China. Y la grama para el amorío.

Esto es lo que se nos enumera en "El lenguaje de las flores", librito delicadamente ilustrado por Kate Greenaway. Lo del lenguaje simbólico de las frutas lo hemos rescatado de una curiosa revistita de noviembre de 1964, "Alameda". En la sección "Aquí Alameda ¿Dígame?" se respondía a Ángeles Jaume de Barcelona sobre el lenguaje amoroso de las frutas.

Si para cada amor ha de ser una fruta o una flor distintas, no nos quedará más remedio que ser hortelanos; porque por vivir con intensidad el amor bien podríamos dar razón de muchos de sus matices. Por vivir amor. ¡Bendito sea!

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