El Diván de Juan José Torres

Amparo, hasta siempre

Muy consternado por la noticia de tu fallecimiento, igualmente que la inmensa mayoría de los que te conocieron en esta ciudad adoptiva que fue Villena, he sucumbido a la tentación de escribirte unas letras póstumas. Resulta más cómodo silenciar pasivamente, otros compondrán letras para ti, me preguntaba constantemente. Pero ese gusanillo que te solivianta el sueño y te recuerda que “tú no tecleaste ni unas elementales letras en su recuerdo” me ha exigido recapacitar primero y escribir esto después.
Ese Pepito Grillo que llevamos dentro no me hubiera perdonado, jamás, que no intentara rubricar, aunque sea unos párrafos, unas palabras en homenaje a tu memoria. Porque mi ego, que también lo tengo, lo aparco cuando trato de cosas importantes y lo que ahora me seduce es ser generoso contigo, porque dicen que quien siembra en cultivos, recoge frutos; quien fue cumplidora, merece un respeto; quien abonó eficacia, recibe una consideración altruista y proporcional.

Yo te conocí en la legislatura del año noventa y nueve sustituyendo a un compañero que compartía las mismas ilusiones, entré en el Ayuntamiento con la dignidad que me exigía el haber estado en unas listas, pero cagaíco de miedo. Esas puertas imponían, más si se traspasan para trabajar con decoro aunque falte picardía y experiencia. Desconocía un millón de cosas, cómo funciona la maquinaria administrativa, la gestión municipal, los pros y los contras de asentarse uno en un humilde despacho y con la presión que inunda enfrentarte a lo desconocido sin saber por dónde tirar. Asaltado por dudas, pero emparedado entre el querer cumplir con las expectativas sin ceder a los fantasmas.

Pepe Martínez Ortega, mi compañero en los entresijos de IU y María José Tarruella, la secretaria municipal de la formación a la que representaba, intentaban allanar mi inexperiencia; pero fuiste tú, Amparo Macián García, Secretaria Municipal del Ayuntamiento de Villena, quien echó ese cable a los novatos y sin condiciones previas ni posteriores. A los recién llegados, como yo en aquellas circunstancias, estuviste pendiente y presta: facilitando información, advirtiendo de las dificultades de un mal paso, aligerando la gestión, alentando un trabajo prometedor aunque resulte infructuoso.

Has sido una Secretaria Municipal ejemplar, todo un privilegio que corresponde a nuestro ayuntamiento el haberte tenido y conservado durante veintitrés años. Cuando eras la jefa ejercías como tal, impidiendo líneas rojas (eso que se lleva tanto ahora) en tu gestión; marcabas los límites de la legalidad a los partidos representados; imponías los criterios jurídicos a cualquier tentación de amenazarlos y resolvías los conflictos planteados con la ley en la mano, so pena que te temblara la mano.

Insobornable, dura para los asuntos turbios, exigente con la norma, defensora de la transparencia, ecuánime en las propuestas que interfieren las reglas del juego, con aciertos y fracasos, con dudas y contradicciones. Al mismo tiempo dialogante, servidora, disponible y generosa para cualquier consulta o duda o dificultad que surgiera en el camino. No importaba entonces las agujas del reloj, ni el tiempo perdido porque lo estabas ganando, ni la cita que puede esperar. Si algo urgente había que atender era lo primero y cuanto más claro quedase desde el principio mejor.

Por eso te dedico estas líneas, más allá de si la Corporación te recuerde en próximos días como mereces, más allá de las misas difuntas en tu honor. Te dedico estas líneas porque desconozco el correo postal del cielo, si es que existe, o porque no te dio tiempo de despedirte de tanta gente que te aprecia. Te dedico estas líneas porque me salen del alma sin importarme las opiniones de los foristas de este periódico, que los hay de todo tipo y preferencias, te dedico estas líneas porque pienso en otros ayuntamientos que podrías haber estado por oposición pero te quedaste aquí. Te dedico estas líneas porque si te hubieras podido clonar habrías irradiado personalidad en muchos ayuntamientos sin alma.

Te dedico estas líneas por tu profesionalidad manifiesta, por tu lealtad al trabajo bien hecho y por tender la mano a esos ediles soñadores que, como yo, buscaban una mano para no perderse por esos laberintos consistoriales. Palabras sinceras para una mujer pionera y elegante, pues hace tiempo perdí la timidez porque no sirve para nada y eso me dijiste a los dos días de presentarnos. No son horas pues de protocolos políticamente correctos, sino de expresar lo que uno siente.

Este artículo es franco, también efusivo, porque te lo has ganado, además a pulso; nostálgico porque te fuiste sin despedirte, rabioso por pérdida irreparable y esperanzador por tu legado.

Como ignoro si existe el cielo o eso que dicen del más allá, no pasa nada y tranquilízate. Si existe échanos un cable, desde ese rinconcito celestial, a los que estamos todavía aquí con certificado de provisionalidad. Y si no existe, desde aquí abajo, los que aún tenemos los pies posados en la Tierra, rescataremos de la memoria tu nombre para honrarlo cuando salga en cualquier conversación. Por tanto, ¡hasta siempre, Amparo!

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