Angioma al vino de Oporto
Hay que luchar por una Salud Pública con más medios y más inversión, desde luego. Pero tampoco está mal ser agradecido
Visitar un hospital nunca me ha resultado un trámite agradable ni placentero. Quizás con la honrosa excepción de que vayas a ver a un recién nacido. Y a veces, ni recién nacidos. No me malinterpreten, es que me gusta la gente educada y prudente y los bebés, vete a saber tú por qué, parece que no entran en esa categoría hasta que crecen un poquito. Y a veces, ni creciendo. El caso es que no soy muy fan de los hospitales. Quizás porque durante bastantes años de mi infancia me vi obligado, muy a mi pesar, a visitarlos con razonable periodicidad. Siempre el último viernes de mes.
Don Alejandro Pidal era mi pediatra y al poco de nacer, en la revisión de los seis meses, se dio cuenta de que se me notaba, cuando sudaba o tenía fiebre, como una manchita rosa de nacimiento en el rostro. Apena perceptible, pero nada pequeña. La mitad izquierda de mi cara. Desde debajo del ojo hasta la barbilla, tocando oreja, nariz y labio. Tras unas cuentas pruebas, esas pequeñas manchitas rosadas en la piel, también conocidas como manchas de vino de Oporto, resultaron ser un angioma. Un hemangioma plano, siendo más médicamente preciso. Una malformación de los capilares y vasos sanguíneos que riegan la piel, anomalía vascular poco frecuente que ocurre apenas en el 0,3% de los recién nacidos.
Durante la infancia mi angioma era todo jauja, porque solo eran manchas de color rosita, planas, que ni molestaban ni dolían. Pero claro, con el tiempo, al crecer, esas manchas se oscurecen hacia un color rojo cada vez más intenso, hasta llegar a ser violetas o púrpuras, volviéndose además irregulares, lo que genera deformaciones en la superficie de la piel. Si tienes la suerte de que el angioma te aparezca en un brazo o una pierna, o es de un pequeño tamaño, tampoco es un diagnóstico muy relevante. Pero claro, media cara… Si nunca he sido precisamente un Adonis, añádanle una importante deformación facial, con el grave impacto psicológico y social que eso debe suponer.
Por ese motivo, desde los cuatro hasta los doce años, el último viernes de cada mes, me escabullía de clase un pelín antes y me llevaban a Alicante para tratarme el angioma e ir así reduciendo, poco a poco, los vasos sanguíneos con malformación. Para operarme y quitarme “mi mancha” sesión a sesión. Por un lado estaba guay, 29 días de cada 30 el angioma no me dolía y sabía que solía haber playmobils nuevos cuando visitaba la capital. Por otra, hubiera preferido no pasar por tanta anestesia y tanto quirófano.
Todo fue bien. Del angioma me quedó que no me gusten los hospitales y un bultito medio morado debajo del ojo. Una marca que a quién pregunta digo que es de una pelea (en la que supuestamente siempre gano yo). También me queda la imposibilidad de dejarme barba. De tanto láser no me sale ni un pelo en el moflete izquierdo. Sin embargo, lo que más me marcó de toda esa experiencia, de los años de tratamiento y revisiones, fue una sensación de enorme y profundo agradecimiento hacia los profesionales sanitarios que desde el primer diagnóstico hasta la última sesión tan maravillosamente bien trataron y atendieron al niño que yo era entonces.
Durante los últimos tiempos se ha hablado del retroceso en el sistema de Salud Pública. De la exclusión de ciertos sectores de población de la cobertura sanitaria, de las interminables listas y tiempos de espera, de la falta de pediatras y médicos en otras especialidades concretas, del aumento de copagos y de los seguros de sanidad privada, de los recortes en servicios, desarrollo, tecnología... En Villena los hemos vivido en las peticiones y solicitudes a Consellería para conseguir el ansiado hospital o, al menos, para que doten de más recursos y personal a nuestro Centro Sanitario Integrado.
Hay que luchar por una Salud Pública con más medios y más inversión, desde luego. Reivindicar una Sanidad de calidad como algo necesario y primordial en nuestra sociedad. Pero no está tampoco mal ser agradecido. Y en mi caso particular siempre que me he visto en la necesidad de acudir al médico me he sentido bien atendido. Desde el angioma hasta la última vez, hace nada, con un familiar ingresado en urgencias del Centro Sanitario Integrado.
Puede ser que haya tenido suerte, puede ser. El caso es que hasta hoy yo siempre me he encontrado con un personal sanitario atento, con trabajadores que se han preocupado de verdad por mí o por los míos, que me han atendido todo lo bien que podían, con predisposición y una sonrisa. Porque el fin de la Sanidad no es sólo salvar vidas, también es resolver incertidumbres sobre nuestro estado de salud, paliar nuestro dolor físico o emocional, hacernos lo más llevaderas posibles las enfermedades… en definitiva, proporcionarnos confianza y bienestar.
Conmigo siempre lo han hecho. Así que a todos esos profesionales de la salud, en especial a la gente del servicio de urgencias del Centro Sanitario Integrado de Villena y, sobre todo, a Don Alejandro Pidal, mi eterna gratitud. Os debo un vino de Oporto.
La forma de luchar por una Salud Pública con más medios y más inversión es presentarte en las listas de un partido que lucha por una Sanidad (que no Salud) Pública con menos medios y menos inversión ¿no?