Apaga y vámonos

Apostólica

Continuando con la que pretendo que sea trilogía estival, hoy nos toca hablar de Educación para la Ciudadanía, esa asignatura propuesta por el gobierno que comenzará a impartirse en nuestras escuelas e institutos a partir de septiembre y que ha motivado –¡qué originales!– todo tipo de profecías y apocalipsis por parte de los de siempre: los obispos y el sector más cavernario del PP, empeñado en silenciar a las corrientes liberales centristas y modernas y en recordar día sí y día también aquellos maravillosos años en los que vivíamos felices bajo palio.
Los materiales y libros de texto de la nueva asignatura pueden ya consultarse en la propia web del Ministerio de Educación, y a la vista de sus contenidos y objetivos, podemos llegar a la conclusión de que la Conferencia Episcopal (y muchos de sus ppalmeros) se oponen a una enseñanza que pretende fomentar el reconocimiento de la dignidad de todas las personas, el respeto al prójimo –sea del color que sea y tenga las creencias que tenga–, el diálogo, la tolerancia, la solidaridad, la cultura de la paz, la diversidad de las personas, el rechazo del racismo, la xenofobia y la homofobia, en insistir en la igualdad de hombres y mujeres y en explicar a los alumnos los derechos y las obligaciones del ciudadano en la España democrática de hoy. Todo ello dentro del marco de la Constitución y de los compromisos internacionales del país. Y en perfecta consonancia con los valores predicados y preconizados por Cristo, tal y como ha subrayado hace unos días en una entrevista en ABC Manuel de Castro, sacerdote salesiano y secretario general de la Federación de Religiosos de la Enseñanza (FERE).

El disparate está llegando a tal punto que el cardenal arzobispo de Toledo y vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española, Antonio Cañizares, ha afirmado que los colegios religiosos que impartan la materia el curso que viene estarán “colaborando con el mal”, soplapollez que, en lugar de ser achacada a la demencia senil del interfecto o a una ola de calor, ha sido ratificada por los obispos toda vez que España entera se ha echado las manos a la cabeza al escuchar el gorigori de Cañizares.

Uno, que a estas alturas de la película se ve venir de lejos a la jerarquía eclesiástica, y a la española más que a ninguna otra, no puede dejar de reírse con semejantes muestras de paleosociología, porque al fin y al cabo el sustento de su negocio durante siglos no ha sido otro que el control de las mentes, y eso es algo que afortunadamente están perdiendo a pasos agigantados. “¡El Estado no puede influir en las conciencias de nuestros adolescentes!”, argumentan alterados los obispos, Mariano Rajoy y Esperanza Aguirre, como si no fuera eso lo que han hecho ellos desde los púlpitos, los confesionarios y las escuelas, y como si las mentes de los seres humanos fueran compartimentos estancos ajenos al bombardeo diario de consignas, mensajes y pautas de comportamiento lanzados desde los mass-media, los teléfonos móviles, los compañeros de clase con espíritu de líder de masas o la camiseta de la dependienta de la panadería.

Por ello, y puestos a lanzar mensajes a nuestros jóvenes, prefiero que éstos sean conforme a valores como los citados hace un par de párrafos –valores que desde hace años se están lanzando en al menos 15 países de la Unión Europea, “republicas bananeras” en su mayoría como Alemania, Francia, Inglaterra, Suecia, Noruega o Italia–, que no conforme al discurso de la prohibición, del tabú y de la hipocresía que destila por todos y cada uno de sus poros nuestra bienamada Conferencia Episcopal.

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