Aquellos barros…
Los siento mucho, querido lector, pero por más que lo he intentado, no puedo dejar pasar esta columna sin hablar del problema catalán, algo que, no nos engañemos, no empezó hace unas semanas, ni siquiera unos meses o años, no, hace ya más de un siglo que dicho problema existe, lo que demuestra que no es algo que sea de fácil solución.
Ya en el año 1868 y tras el triunfo de la revolución de septiembre (vaya casualidad), empezó allí lo que se conoce como el sexenio revolucionario o democrático, el cual duraría hasta 1874, y que si se caracteriza por algo a lo largo de todo ese tiempo, es por la grieta y separación que produce entre los diferentes grupos de catalanes, esto es, que casi podríamos afirmar que son un pueblo difícil de unir.
En esta etapa inicial del germen del catalanismo, destaca Valentí Almirall, quien imaginaba Cataluña como una unión de pueblos, a la manera de la Corona de Aragón. Con diferentes grupos, unos partidarios y otros detractores, van realizando diferentes congresos a los que ya llamaban catalanistas, pero que salvo aumentar las diferencias entre los propios catalanes, no llegaron a nada más. De todo ello saldría la Liga Regionalista de Prat de la Riba y Francesc Cambó ya entrado el siglo XX. De aquella época ha dejado triste memoria la infaustamente famosa Semana Trágica en 1909, donde debido a una movilización de reservistas se desató un estado de violencia como nunca antes se había vivido. Esto provocó una represión durísima y arbitraria en la que, entre julio de 1909 y abril de 1910, fueron detenidas 1.967 personas y 200 fueron expulsadas a 300 km de Barcelona. 5 fueron condenadas a muerte.
El tiempo seguiría pasando entre movimientos destinados a buscar la mayor autonomía para Cataluña, hasta que en 1934 Lluís Companys proclamó "el Estado Catalán de la República Federal española". Carente del apoyo del movimiento obrero y contando con las únicas fuerzas de los Mozos de Escuadra y milicianos de su propio partido, el levantamiento fue sofocado por el Capitán General Domingo Batet. El gobierno español suspendió las instituciones autónomas catalanas, nombrando un ejecutivo provisional con participación de la Liga Catalana y los radicales.
Paro aquí el relato histórico, que no sirve sino para demostrar que las ansias secesionistas de Cataluña que estamos sufriendo estos días no son un hecho aislado en su historia, sino que me atrevo a decir que es algo ya impreso en su ADN. Eso sí, de este último intento, hay que destacar varios aspectos: que se produce en un estado democrático, que la autonomía catalana es junto con la vasca, la de mayores atribuciones, y que todo lo que están realizando, incumple de forma flagrante la ley y como tal debe ser castigado por nuestra Constitución y nuestras leyes por ella amparadas.
Si en algún momento hay que decidir sobre alguna parte del territorio español, deberemos ser todos los españoles los que votemos al respecto, lo contrario sería algo así como si en una familia fuera uno de los hermanos, sin contar con el resto, el que decidiera quedarse con una de las propiedades de la familia, así de fácil y simple. El gobierno catalán, a la par que preocupación, está dando risa, pues se ven claramente los roles que cada uno de ellos está representando: un Puigdemont que ya no tiene casi nada que perder políticamente hablando: salga esto bien o mal, pasará a la historia y, pase lo que pase, va a ser difícil que nadie toque su pensión vitalicia como ex presidente. Turull y Romeva intentan buscar un protagonismo que nadie les está concediendo y mucho me temo que al final van a ser los grandes paganos de esta fiesta, mientras el inefable Junqueras intenta salir de rositas para poder presentarse a las próximas elecciones y ser presidente de la Generalitat y por ende de los catalanes.
Por el camino, estamos asistiendo a un espectáculo bochornoso que imagino irá yendo en crescendo conforme se acerca el 1 de octubre, mientras que los pasos que va dando el Gobierno de Rajoy se me hacen lentos y poco efectivos. Puigdemont se ríe de España y de todos nosotros y no hay día en que no reafirme su desafío a nuestra Constitución y su desobediencia a los dictados del gobierno. Pienso que en cualquier otro país del mundo esto ya hubiera tenido su apropiado castigo, pero aquí parece ser que se tiene miedo de romper algo que a todas luces ya está más que roto, y es que esa delgada línea que separa a los catalanes de los españoles, aún pagando justos por pecadores, cada día que pasa se va haciendo más ancha.
Solo deseo que no haya sangre, que la CUP no busque la violencia gratuita y que todo vuelva en paz y orden al cauce de donde nunca debería haber salido. Hoy más que nunca, Cataluña es España. Ellos no sé, pero yo... sí tinc por.