Arde España
Terminaron los días grandes para Londres: finalizaron los Juegos. Mientras, en España, en la Comunidad Valenciana, compensamos el crecimiento de empleo del sector turístico con los miles de despidos en nuestro imperio televisivo autonómico (cuya máxima resonancia nacional se alcanzó con el programa Tómbola, quedando en las sombras algunos otros programas que con gran calidad hablaban de nuestras tierras, nuestras costumbres y nuestras aportaciones artísticas). Terminaron los días grandes en Londres, y en Valencia ni siquiera rodarán los coches de Fórmula 1 el próximo año. No será necesario el aeropuerto del abuelito para complementar al de Valencia ni cuando lleguen las escuderías, ni cuando lleguen gentes de todo el planeta para ver al Papa. Porque no habrá F1 ni visitas papales, ni habrá más grandes edificaciones que las que guardamos en los millonarios planos firmados por Calatrava.
Nuestro país arde por los cuatro costados sumando tristeza, rabia y desconcierto a la tristeza, la rabia y el desconcierto que nos inflinge el Gobierno y las Herencias recibidas desde cuando aquellos Reyes Católicos. Nuestro país arde por los cuatro costados, por dentro y por fuera, en cuatro dimensiones. Y ni siquiera sabemos qué cemento, qué Bosón de Higgs, lo mantiene entero. Quizás si pudiéramos meter nuestro país en el Acelerador de Hadrones encontraríamos la respuesta. Pero me temo que todavía no se ha encontrado el modo de hacerlo: de meter España en el LHC. Mientras, nuestro país arde como sus montes. No: con sus montes. Con las decenas de miles de familias que no tienen ni empleo, ni techo, ni próximamente ayudas. Arde con quienes vinieron a nuestro país huyendo de la miseria para encontrar una más cruel: la de la desatención y la indiferencia, la de una sociedad miserable que elige ver como la enfermedad les pudre y les mata. España arde: millones de personas arden mientras invierten su dinero en despachos públicos que cada día se muestran más ineficaces e incompetentes. España arde con quienes desarrollan un servicio público y desmienten y acusan a quienes ostentan y disfrutan su poder de desinterés e inoperancia. Cada vez somos menos personas las que queremos vivir en un país gobernado por mentes deslucidas que demuestran su mediocridad día a día sin faltar uno.
Ya está bien de austeridad y de esfuerzo, de sacrificio y de autoinculpación, ¿cuántos meses más podemos dar de margen? Porque estamos viendo que si se van labrando soluciones ninguna sale de los miles de millones de euros que invertimos en cargos políticos nacionales, autonómicos o provinciales. Y ya está bien de echar el poco dinero que tenemos en saco roto. Si no se establece un sistema de dimisión por incumplimiento de objetivos las únicas soluciones que nos quedan son la insumisión, la rebeldía o las guillotinas.