Vengo siguiendo a Adrián Bago desde hace ya bastante tiempo. Y no me refiero a seguirlo a él en plan acosador, aunque dadas las veces que hemos coincidido en numerosos actos culturales y aquella ocasión en la que accidentalmente casi le robo la chaqueta podría parecerlo. Y es que ambos residimos en Alicante aunque no seamos de aquí (él nació en Valencia, cosecha del 89), nos movemos en círculos muy parecidos y tenemos amistades comunes. Cuando hablo de seguirle me refiero, claro está, a su obra; una obra que hasta la fecha se dividía en historietas breves publicadas aquí y allá y en su fértil aportación al ámbito de la ilustración, la cartelería y las cubiertas de discos. Es en este último terreno donde Bago más se ha prodigado, haciendo gala tanto de su talento gráfico, fuera de toda duda, como de su particular universo de referencias (unas también influencias, otras no) que aglutinan figuras de la literatura, la música, el cine, la política y, por supuesto, el cómic.
Dada mi gran admiración por su obra, por el momento he adquirido un par de originales y otros tantos carteles suyos vinculados a referentes cinematográficos que compartimos, tan dispares como David Lynch y Linda Blair, o Jean-Luc Godard y Alien. Por la misma razón esperaba como agua de mayo su anunciado debut en el campo de la novela gráfica de cierta extensión, cuya reciente publicación no ha hecho sino confirmar las altas expectativas que se tenían: vaya por delante que Sicofante me parece uno de los mejores cómics nacionales de los últimos años, y creo que si no se ha visto incluido en un gran número de las listas de los mejores títulos del 2020 confeccionadas por la crítica especializada en las últimas semanas se debe únicamente a que se publicó en una fecha muy tardía, algo muy poco aconsejable para este propósito, y además con retrasos de última hora por problemas de imprenta. De no ser así, les aseguro que a los lectores habituales que se mueven con soltura por páginas web sobre cómic les resultaría un título bastante familiar.
Pero entremos ya en materia: el término sicofante es sinónimo de embustero, embaucador. Por tanto, ya desde su mismo título, el autor expone bien a las claras que el protagonista de la obra, aunque se llama como él, se le parece bastante y se dedica a lo mismo, no es necesariamente él; ni los sucesos que acontecen en sus páginas en riguroso blanco y negro tuvieron que suceder necesariamente como se ven plasmados en ellas. No obstante, importa poco lo que se proclame al respecto: cualquier lector, servidor incluido, establecerá esa identificación enseguida. Y eso que estamos ante una elección narrativa que no es ni mucho menos nueva y con la que ya deberíamos estar más que familiarizados: la suerte de ficción autobiográfica que propone Bago le emparenta con autores como el novelista y crítico francés Serge Doubrovsky (considerado como el creador del neologismo autoficción) o nuestro Enrique Vila-Matas; y le permite una gran libertad en todos los sentidos: tanto en lo que atañe al diseño de la obra (como la literatura y el cine de autor que más le interesan, la obra carece de la tradicional estructura de planteamiento, nudo y desenlace, y lo mismo podría tener cincuenta páginas más que cincuenta páginas menos), como en lo referente a la hora de expresar todo aquello que le atañe, desde su posicionamiento político a su angustia vital, pasando por sus filias como homo culturalis.
Es este último sentido el que personalmente más me interesa de Sicofante, que en términos vila-matianos se erige en un tapiz que se dispara en múltiples direcciones, ya sea a favor (en su gran mayoría) como a la contra (en contadas pero agudas e hirientes ocasiones): autores tan cercanos geográficamente pero en el fondo tan dispares como Balzac o Céline, la teoría política del comunismo, la literatura del yo de Henry Miller, la música de Miles Davis o Morrisey (Bago también es integrante de una banda de rock), la Nouvelle Vague y otros nuevos cines europeos de los años sesenta del siglo pasado, los mangas de Osamu Tezuka o Suehiro Maruo, el PSOE y Filmin, o algunos títulos fundamentales del cómic de las últimas décadas y de los que Sicofante bebe directamente, como los diarios de Julie Doucet, las historietas autobiográficas de Ramón Boldú o la serie American Splendor de Harvey Pekar... estos últimos, obra y autor, a los que puede recordar poderosamente Sicofante (entiéndase esto como lo que es: un elogio contundente por parte de un rendido admirador del malogrado guionista de Cleveland y colega de Robert Crumb). Es de justicia señalar que estas y el resto de las numerosísimas referencias, tanto verbales como visuales, que se aglutinan en su seno no son, a pesar del temor por parecerlo expuesto de forma explícita por el autor, una muestra de pedantería vacua; muy al contrario, se constituyen en buena parte de los cimientos sobre los que se asienta el armazón de la propuesta; y que integran un muy nutrido intertexto, el de la obra, que cuanto más se asemeje al del lector, más provechosa resultará la experiencia de este.
Así pues, si son ustedes de esos a los que varios o muchos de los nombres citados en estas líneas no les resultan precisamente unos desconocidos, les recomiendo encarecidamente que lean Sicofante; verán cómo me lo agradecen. Y aprovecho la ocasión para informarles de que mañana sábado 23 a las doce del mediodía tendré el honor de presentar en sociedad esta obra gracias a la invitación de su autor y de la librería Pynchon & Co, ubicada en el centro de esa Alicante que se erige en la otra gran protagonista, perfectamente reconocible hasta para los que no somos nativos, del cómic que nos ocupa. Como era de esperar, dada la delicada situación que estamos viviendo y que no hará falta que les explique, dicha presentación será de carácter online; así que no hay mal que por bien no venga, puesto que muchos de ustedes que no podrían haber acudido a la librería tendrán la oportunidad de vernos y escucharnos en Internet. Invitados quedan.
Sicofante está editado por Autsaider Cómics.