De recuerdos y lunas

Autonomías e independencias

Lo afirmaba Luis Racionero, allá por los ochenta, en su libro El Mediterráneo y los bárbaros del norte. Y aún nos parece sensatez. Lo justo: "Si se quiere autonomía regional, es preciso estar dispuesto a reconocer, por la misma lógica, autonomía comarcal dentro de las regiones. Y si se denuncia el imperialismo castellano, también habrá que considerar el de Barcelona sobre las comarcas catalanas." Y por lo mismo –se nos ocurre a partir de la cita– habrá que denunciar las pretensiones vascas sobre Navarra y Francia o las mismas catalanas sobre las Islas y sobre tierras de Francia, Castellón, Valencia y Alicante. Que no. Que no me vale lo del Volksgeist ese. Ni Espíritu del pueblo ni leches. Que lo que ha de valer siempre para la Nación es la voluntad libre de los individuos libres. Así nació la Nación liberal.
Lo malo es que, de seguir por el desencaje de la muñeca rusa de la lógica que nos sugiere Racionero, llegaríamos a la autonomía del vecino del quinto. A la autonomía de ese que se niega a pagar la cuota comunitaria, por ejemplo, si de ésta no se emplea un 0'7 % en solidaridad con los países subsaharianos. Esto el más solidario, el del quinto, porque el egoísta del primero derecha, exige que se distribuya proporcionalmente la cuota del ascensor en función del piso que se habita o, el del cuarto, que se niega a pagar la luz de la escalera porque él, eso dice, nunca la enciende.

Entre humanos es necesaria la convivencia. Y la convivencia nos exige organizarnos y establecer niveles de administración que nos engloben: junta de escalera, comunidad de vecinos, asociación de Barrio, Ayuntamiento, Mancomunidad, Provincia... Y así hasta lo universal. Y este englobarse colectivo nos demanda responsabilidades y mutuas prestaciones. Y muchas solidaridades. Por esto, si entiendo que el vecino del quinto quiera ver la alegría en los rostros del Tercer Mundo, también entiendo que le toque apoquinar para el parque de los hijos, de los sobrinos o de los nietos que no tiene. Porque si cada uno va a la suya, perdemos todos. Por todo esto, yo veo las asociaciones humanas como una urdimbre que se va tejiendo para hacer una tela vistosa que nos cubra a todos en nuestras necesidades. Y no unos trapos particulares, taparrabos, que no sirven ni siquiera para quitar el polvo. Y esta tela bonita ha de tejerse mancomunadamente de abajo arriba mejor que de arriba a abajo. Las comunidades humanas, a pesar de su mayor o menor complejidad, han de crearse para servirnos, no para servirlas. Es por esto por lo que aprecio el lema papal "Servus servorum Dei" (Siervo de los siervos de Dios). Los que queremos ser cristianos o simplemente buenos ciudadanos, así hemos de entender la responsabilidad pública. A más poder, más servicio. A mayor responsabilidad, más sacrificio.

Volviendo al sentimiento nacional, si me reafirmo quitando personalidad al otro, la fastidiamos. El sentimiento nacional es honroso, porque es sentimiento que nos lleva a la cuna. Pero ese sentimiento, exagerado, puede ser chauvinismo. Es lo mismo que sucede con los individuos. Los psicólogos nos hablan de la importancia de la autoestima para el individuo pero también del peligro de la vanidad y del orgullo desmedido. Ahí se ahoga Narciso. Si yo he de ser más yo hundiendo al otro, humillándolo, despreciándolo, mal camino lleva mi ser. Yo he de ser más yo satisfecho, preservando lo que me diferencia del otro. Aquello que me hace original. También, apreciando lo que me une. Porque lo que me une, nos une. Porque lo que nos diferencia, nos enriquece.

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