Apaga y vámonos

Ayuntamiento de Villena S.A.

La llamaremos Elena por no decir su nombre, y diremos que es una villenera más, una chica normal y corriente, joven y trabajadora, que anda liadísima y cargada de ilusión preparando su ya cercana boda, lo que incluye la realización de ciertos trámites burocráticos de esos que le quitan a uno las ganas de todo.
Dadas las circunstancias económicas, y a no ser que seas funcionario, hay que reunir no poco valor para decirle a tu jefe que debes bajar a Alicante sí o sí y perder algunas horas de tu jornada laboral, ya que el trámite es inexcusable y eso de la conciliación no es más que una cantinela demagógica en los programas electorales de todos los partidos, sin excepción. Aún así, Elena se arma de valor y consigue el permiso, madruga y se planta en Alicante a primerísima hora para ver si tiene la suerte de ser atendida pronto y puede volver lo antes posible al trabajo, ignorando que cientos de Elenas habían pensado lo mismo. Conclusión: la cola da la vuelta a la manzana y le toca armarse de paciencia.

Cuando finalmente realiza su trámite, a la carrera, coge el coche y vuelve el trabajo, con la lengua de fuera y preocupada, porque sabe que, además de haber llegado tarde, también tendrá que salir antes de hora, ya que, con los papeles de Alicante resueltos, debe ahora ir al Ayuntamiento de Villena para dar continuidad al proceso. Vuelve a coger el coche y, sin dejar de mirar el reloj, inicia una carrera contrarreloj para conseguir llegar a tiempo, y matizaremos que Elena, como tantas Elenas y Antonios de Villena, en realidad no trabaja aquí, sino unos cuantos kilómetros más allá, ya que en nuestra ciudad, a la espera de los 2.500 puestos de trabajo del centro comercial prometido, hay poco que hacer y menos donde buscar.

A las 14:20 horas –y no sin dar unas cuantas vueltas previamente, pues lo del aparcamiento en el centro daría para escribir otra historia– hace su entrada en el departamento CITA del ayuntamiento, ese servicio concebido para acercar la administración al contribuyente (a quienes la sostenemos con nuestros impuestos, para entendernos) y hacer más sencillos los trámites. Lo sentimos –le dicen señalando un vistoso cartel–, pero la hora de atención al ciudadano acaba a las 14 horas. Contrariada, Elena se fija en el rótulo y ve que, efectivamente, el horario de atención al público finaliza a las 14 horas, mientras que los funcionarios trabajan hasta las 14:30. Decepcionada y sin respuesta, se marcha de allí cabizbaja.

Rumiando su desgracia de vuelta a casa, es cuando cae en la cuenta. ¿Si terminan a las dos y media, por qué a las dos y veinte ya estaban las responsables de CITA levantadas, con los ordenadores y las luces apagadas y con los abrigos puestos? Cuando me cuenta esta historia, yo le digo que les habría contado mi caso a las funcionarias, llegando incluso a exigirles su atención puesto que no estaría dispuesto a abandonar mi trabajo por segunda vez en dos días. Y nos reímos, porque llegamos a la conclusión de que ni por esas nos habrían hecho ni puto caso, pues no hay nada más inamovible que la voluntad de un funcionario vago.

Entonces me comprometo a escribir esta columna denunciando el hecho, y aprovecho la ocasión para decir que si el ayuntamiento y el resto de las administraciones públicas se gestionaran como empresas y acabáramos con la dictadura de los funcionarios y los sindicatos, otro gallo nos cantaría a mí, a Elena, a Villena y a España.

(Votos: 0 Promedio: 0)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba