Azotacalles
La palabra que escogemos para el título de este artículo se la hemos robado al amigo Eleuterio Gandía Hernández que la utiliza para referirse al Ustaquio, Eustaquio Cabanes Hernández, en la presentación que abre el libro "Jelipe y Antón. Cosas de mi pueblo", libro que recoge versos y versos escritos con mucho gracejo en villenero por Eustaquio en muchos años desde por lo menos 1972 de colaboraciones en publicaciones locales, radio y actuaciones que ahora con buen criterio se han editado reunidas convirtiendo lo disperso en un preciado conjunto.
"Azotacalles", como nos dice la Real Academia Española (RAE), es voz que significa "persona ociosa que anda continuamente callejeando". Curiosamente, en la enmienda que se hace para la que será vigésima tercera edición del diccionario de la RAE, se añade para el palabro el estar en desuso. Pero tratándose de Jelipe y Antón este rasgo no desentona la voz que le dice Eleuterio porque Eustaquio, en estos años, a través de estos personajes populares, no ha hecho otra cosa que recuperarnos las voces que desusamos. Lo que ya no sé si para Eustaquio cabe es lo de "persona ociosa". Esto, visto el volumen de lo publicado sólo hasta 1990 y lo que nos dice e imaginamos le queda por publicar. Tomo I se dice en el lomo del libro. Que Eustaquio callejee por las calles, no lo ponemos en duda. Lo que cuestionamos, apreciado lo escrito, es que lo haga ociosamente. Lo cuestionamos porque las cosas que leemos en el libro son cosas que Eustaquio recoge de los labios gastados de las gentes en su ambulatorio de calles.
No pudimos estar en la presentación. Nos pilló mirando el goce del atlántico en toda su amplitud y luz. Inmenso hacia el oeste. En Portugal. Concretamente aquel día, un diecisiete de agosto, en Lisboa, entre puente y puente. Cais do Sodré travesía hacia Almada, mezclándose Tajo y océano. Travesía para pasear por un viejo muelle de astilleros en ruinas hasta el elevador panorámico de Olho de Boi y sofaldar, aún más y desde otra perspectiva más, por aquí y por allá, por arriba y por abajo, Lisboa. Eustaquio nos había invitado a la presentación pero no podía ser. Sentimos mucho el no poder estar porque razones diversas nos hacen sentirnos muy próximos a Eustaquio y familia. Valgan estas letras, entonces, como tributo por nuestra ausencia sentida.
Comenta Eleuterio que los textos de Cabanes son "una precisa crónica de nuestra vida cotidiana". Así los he vivido yo, descubriendo algunos desconocidos, releyendo algunos ya leídos. Muchos han desempolvado recuerdos de las "cosas de mi pueblo" que estaban arrumbadas en la memoria. Una memoria que se rescata en villenero y en verso. En un más difícil todavía. Abonando, como también apunta Eleuterio, un patrimonio cultural en el que Eustaquio es el único superviviente que nos queda ejercitando por escrito el habla local que nos caracteriza.
Las "Cosas de mi pueblo" de Eustaquio Cabanes son muy conocidas. Tan conocidas como apreciadas por todos. El carácter popular de estos escritos que sacan las palabras y los temas de lo más común hace que gocen del aplauso general de un pueblo que sabe distinguir bien entre lo popular y lo populachero. Eustaquio trabaja al límite en el difícil límite de esta frontera, trabaja con maestría no cayendo en lo chabacano hasta haber convertido a sus personajes en personas. Porque Jelipe y Antón existen. Yo los he disfrutado alguna vez en algún escenario, yo los he oído por la radio y yo los vi darnos un inolvidable pregón un cinco de septiembre. Y, auténticos, eran ellos. De canne y güeso.