Fuego de virutas

Barcelona 1929

Como contábamos anteayer, Evelyn Waugh desembarcó en Barcelona en 1929, faltando una semana para el inicio de la Exposición Universal. Y nos entretuvimos con lo de los taxistas, hablando contra prejuicios al viajar. Antagonismo y diversidad. Pero no fue sólo lo de los taxistas lo que llamó la atención al viajero. Ya dijimos que Waugh se había propuesto un mirar meticuloso. Así, fueron muchas cosas más las que llamaron su atención en esa Barcelona abierta al mundo.

Ciertamente, además de lo de los taxistas, unos eficientes, otros amenazantes, lo primero que entrando por el puerto de Barcelona nos indica el británico son las balsas criaderos de mejillones y, ya en la ciudad, las Ramblas y, en las Ramblas, los puestos de flores. De la ciudad condal, también nos describe su catedral gótica, apreciada por el escritor como escenario teatral propio para la tentación de Margarita en "Fausto" o para "El jorobado de Notre Dame". Y la colina del Tibidabo con su parque de atracciones y el templo –Templo expiatorio del Sagrado Corazón de Jesús– aún por acabar. Su construcción, tan vinculada a la visita de Don Bosco a la capital catalana en 1886, se dilató entre 1902 y 1961.

Cuando Waugh nos habla de la cocina barcelonesa, las dos veces que comió en la ciudad en unos restaurantes tranquilos pero de precios elevados –dice–, le pareció "execrable", sin embargo el británico apreciará el vino. Lo califica de "muy bueno". Y es aquí –que es donde queríamos llegar– donde la mirada del viajero observa algo para él excepcional, entreteniéndose en lo que para los paisanos resultaría común. Nos cuenta recreándose:

"En uno de los restaurantes, un local muy humilde, poco más que una fonda de cocheros, vi a un soldado muy joven que bebía en un frasco provisto de un pitorro, con el extremo puntiagudo, que le sobresalía del lado. El muchacho lo sostenía con el brazo extendido, inclinándolo de manera que un chorro muy delicado de vino brotaba con cierta fuerza del pitorro, y lo recogía en la boca, sacando afuera con un gesto informal el labio inferior. El vino le salpicaba los dientes y se deslizaba por su gaznate sin que se derramara una sola gota. Entonces, con un diestro giro de la muñeca, interrumpía el flujo, recogía las últimas gotas y pasaba el frasco por encima de la mesa a su compañero, el cual bebía de la misma manera, pero con cierta torpeza, dirigiendo el chorro primero a un ojo y luego mentón abajo, lo cual causaba la hilaridad de todos los parroquianos. Parece muy difícil beber de ese modo, y creo que es más difícil de lo que parece, pero debe ser muy delicioso cuando uno ha aprendido."

Así, si anteayer traíamos el contraste entre el taxista bueno y el taxista malo, aquí podemos leer la diferencia entre el bebedor hábil y el torpe. Después de este curioso elogio al barral nuestro trotamundos se concentrará en describirnos "la gloria y el encanto de Barcelona, que no puede ofrecer ninguna otra ciudad del mundo": la arquitectura de Gaudí. Evelyn Waugh diserta entonces sobre Modernismo, sobre el genial arquitecto y sobre sus obras que admira en la ciudad: la casa Batlló y... "Ahora sabía lo que deseaba ver en Barcelona. Tomé uno de los taxis de David e hice comprender al conductor que quería ir a cualquier otro edificio como aquel. El taxista me llevó a un gran edificio de pisos que no estaba lejos, llamado, según creo, la Casa Milà i Camps". Esto es, La Pedrera y... el parque Güell y... la Sagrada Familia y... Barcelona universa.

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