Benedicto XVI y oraciones de venganza, o victoria
De nuevo la ha vuelto a liar el Papa en su visita al Reino Unido. Casi agradecería que no saliera del Vaticano y, si lo hace, midiera bien sus palabras. Al fin y al cabo es recibido como Jefe de Estado y la mesura dialéctica es diplomacia, la mezquindad provocación. No crean que exagero en la crítica. Afirma el Santo Padre que el laicismo supone una amenaza a la sociedad. Está el hombre convencido de que quien no piense como él o no tenga los mismos criterios de la Iglesia que él dirige, está en la parte equivocada; más aún, representa un peligro a la sociedad.
Jamás habría yo pensado que, reconociéndome agnóstico porque no creo en el más allá, sea considerado por la jerarquía como un peligro social, como un delincuente. Yo, que ni sé gritar ni amenazar, que nadie y nunca me ha visto encolerizado, que procuro argumentar antes que molestar, que preciso las palabras y respeto la libertad de cada cual, me siento ahora juzgado por un ser impertinente que viste de blanco y se cree Dios. Porque caso de creer en algún ser superior no me lo imagino ni inquisidor, ni despide-huéspedes; lo idealizo conciliador, tolerante, pacificador y bondadoso.
Pues no. Benedicto XVI se ha empeñado en jorobar a los que no pensamos como él. Prefiere la castidad antes que una unión irresponsable, pero si ésta se produce, mejor a pelo que condón. De las enfermedades venéreas y del sida ya se encargan las industrias farmacéuticas, de la pederastia la confesión, de los enfermos terminales los designios de Dios y de la contabilidad de la Banca Vaticana el perdón divino. El laicismo, además de pecado, es peligro social, y los que en nada creemos ánimas perdidas deambulando en pena. A veces estos jueces vestidos de cruzada me recuerdan a los fundamentalistas islámicos que tanto criticamos por el radicalismo de sus afirmaciones y por sus vengativos castigos a quien se sale del rebaño, practicando lapidaciones en nombre de Santa Ley.
Yo, si fuera Dios y que él me perdone, estaría hecho un lío. Porque entre unos y otros, muy creyentes y confesos, le marean la perdiz. Un sacerdote francés, Arthur Hervet, reza a Dios para que Sarkozy padezca un infarto por la expulsión de sus gitanos; Sarkozy suplica al mismo Dios que tenga salud; Carla Bruni podría rogar a Dios que le dé razón al cura y heredar así fortuna y poder; Messi se santigua para ganar al Madrid de Cristiano Ronaldo; éste implora a Dios vencer al Barça; el enfermo pide a Dios para sanar y el estudiante ora para aprobar. Si fuera Dios tendría un problema. ¿Hago caso al cura o al Presidente de Francia? ¿Madrid o Barça?
Los jugadores que se jodan, que gane el mejor o el que más suerte tenga, que bastante tengo yo con el caprichoso Benedicto, y los demás que hagan cola, que lo mismo me pide un hambriento para comer, un rico para no perder su fortuna o un político para no ir a la cárcel. Pero no olviden ustedes que un opositor aprobará si estudia y un enfermo sanará si los médicos le logran salvar, y si esto no ocurre es que los designios de Dios son inescrutables. En cuanto a mí y el resto de laicos, tal como están los derroteros dictados por la Curia Romana, confieso mi pánico a la hoguera por pública disconformidad, me atormenta ser juzgado por poseso y hereje y me entristece tanta incomprensión.
Quede claro por mi parte que Dios, si existe, no merece tanta necedad ni paranoicos líderes de su fe que se autoproclaman como su cabeza visible en la Tierra cuando son, ni más ni menos, hombres carnales, como usted y como yo, esclavos de limitaciones, miserias y eternas imperfecciones. Vivan y dejen vivir. En paz. Como Dios, el suyo, manda.