Aunque Euskadi, o el País Vasco, nos pilla muy al norte nunca ha dejado de ser noticia de primera plana, de suscitar comentarios de todo tipo y de relacionar aquellas tierras con radicalidad política y germen de violencia. Maravillosos paisajes, excelente gastronomía, buenas gentes, cuna de deportistas pero, amigo, cuando entran las políticas y los gobiernos se nos eriza el pelo y nos asaltan recordatorios de guerras urbanas, atentados, bombas, secuestros, extorsiones, amenazas y tiros en la nuca. En nuestras mentes llevamos grabadas las letras ETA desde que nacimos y sus actuaciones son una vil y triste parte de la historia de España.
La violencia de ETA podría estar justificada en los primeros estadios de su ciclo, porque defendía su territorio al tiempo que luchaba contra el dictador, como los maquis que hacían frente a la guardia civil en las montañas fronterizas. Desde que nuestro país recuperó la convivencia pacífica y se reinstauraron las instituciones democráticas, quedó la organización abertzale huérfana de argumentos y sus desafíos al Estado dejaron de tener sentido de ser y de existir; como sobraba durante décadas su crispación, sus excesos y las guerras callejeras de quienes les apoyaban. Todos conocemos sus aspiraciones y todos tememos por sus actos.
Los sueños políticos independentistas de ETA siempre fueron legítimos, sus métodos innegociables. Porque son innumerables los atropellos, porque mancharon sus manos de sangre y porque se han ensañado con víctimas y vulnerado familias sembrando tragedias. No se puede exigir un objetivo con la coacción de la pistola y hace años que las armas perdieron cordura y credibilidad. Existiendo mecanismos legales, foros institucionales, ayuntamientos, diputaciones y parlamento propio, la amenaza es una estupidez y la chulería no conduce a nada bueno, incluso para sus propios fines. Y tras disfrazarse de demócratas, con treguas incumplidas, vuelven a escena.
Pero que nadie se engañe. Todos hemos deseado que el conflicto desapareciese, que se normalizara la situación, que ETA depusiera las armas y aceptara las reglas del juego, que regularizara su estrategia y que compitiera en el mapa político. Así lo ha hecho Bildu y nadie tiene de qué quejarse ahora. A Rajoy le va a crecer la nariz, porque exige a los batasunos que abandonen la lucha armada y acepten el sistema democrático. Bildu concurrió a las elecciones y don Mariano embiste contra el Tribunal Constitucional por considerar a la organización vasca lícita. No es contradicción, es miedo.
Si Bildu hubiese obtenido resultados irrisorios nadie habría abierto la boca. Pero ha conseguido 953 concejales, por delante del PNV; y ha computado 277.000 votos, muchos más que el PSOE y el PP. Esto es lo que asusta, que si por la fuerza no consiguen resultados lo hagan a través de las urnas. Por eso Rajoy no quiere verlos ni en pintura y todo lo que dijo y acusó a Zapatero de no saber descifrar el tema vasco, ahora se lo va a comer y tragar enterito. Rajoy ganará las próximas elecciones y el principal caballo de batalla, además de la economía, será qué hacer con los nacionalistas vascos, que ahora sí son mayoría.
Cansado de advertir que se porten bien, que dejen los pistoletes y se integren en los recursos democráticos, a Rajoy le ha asaltado la angustia. El Parlamento Vasco es nacionalista, y hasta el bastión de Donosti, recién nominada Capital Europea de la Cultura para 2016. Habrá que hilar muy fino con los independentistas pero, más que acusarles, animarles a que pase lo que pase y ocurra lo que ocurra, cada paso que den esté ajustado a la ley y al derecho. Y si un día Euskadi es independiente que se lo haya ganado a pulso y sin ases en la manga, no apretando gatillos. La región canadiense de Quebec estuvo rozando su independencia en un referéndum. Esperan otra mejor ocasión, y sin descargar un tiro.