El Diván de Juan José Torres

Blue Velvet

Podrían algunos lectores pensar que siempre estoy enfadado, por esos artículos indignados, por ese inconformismo vital, por esa rebeldía crónica. Es verdad. Muchas veces, la mayoría de las semanas, aparecen tantas noticias desagradables, tantos motivos de desánimo, que me alborotan el descanso. Pero no crean ustedes, amo la vida e intento vivirla con máxima intensidad, acariciarla cada segundo como si fuera el último, abrazar sus encantos como los regalos imperceptibles, que se aprecian más. No estoy reñido con el mundo, sino con quienes quieren dominarlo. Y en esta columna voy a evaporar ternura por mis poros para invitarles a un agradable evento.
Blue Velvet es un grupo de amigas que hacen lo que les gusta. Son ellas licenciadas, chicas que estudian para formarse y trabajan para vivir, se aplican en sus tareas, hincan los codos con la desesperanza de que la realidad cortará sus alas y serán otras tituladas anónimas sin futuro y sin trabajo. Conviven con sus gentes, comparten lo poco que tienen, disfrutan de los besos, se emocionan con los abrazos, hacen latir sus jóvenes corazones y jamás se rinden ante la adversidad. Además de buenas gentes les gusta la música, se instruyen por placer, se reúnen para componer y desafían a sus propias ambiciones. Piensan que a la vida le falta música y letra.

Y puesto que se conocieron en el conservatorio no pierden ni un minuto. Cantan y tocan como si se trataran de toda la vida y disfrutan con lo que hacen. Ana, Leticia y Laura no son profesionales, ninguna discográfica importante les espera ni el éxito comercial sabe de ellas. No hace falta. Son tan apasionadas en sus ilusiones que acoplan atractivos acordes, se esmeran tanto en los ritmos que suenan deliciosos, ponen tanto cariño en sus letras que crean bellas canciones y desean contar tantas cosas que las noches no se detienen, se alargan. Nada más les honra, poco más les satisface. Si les atormenta el destino incierto lo alegran con melodías.

No les importa que no sean estrellas, porque las que de verdad estiman están en el cielo; les basta tan sólo unas sillas, unas mesas, sus instrumentos musicales, unos cuantos amigos y un público expectante. Lo demás es cosa de ellas, convertir la expectación en reconocimiento, la duda en entrega. Lo que me enamora de estas chicas no es su juventud, es su madurez; esas cabecitas amuebladas en un mundo sin sentido, en una jungla hostil, en una carrera feroz hacia metas insolidarias donde la mayoría pierde, por los caminos, la dignidad. Me entusiasman estas tres jóvenes catalanas porque saben lo que quieren y deleitan con lo que hacen.

Este sábado próximo, día nueve de junio, Blue Velvet actúa en la Casa de la Cultura de Villena. Cogen sus bártulos, viajan desde Barcelona en coche y pernoctan en casas particulares. Sus amateurs conciertos los han solventado en nocturnos antros y en cafeterías barcelonesas, pero esos inicios titubeantes sirvieron para dar un paso adelante, para madurar en confianza, para regalar más talento. Tanto es así que hace apenas un mes obtuvieron el Primer Premio en el Easy Music Festival, considerado el mejor certamen para grupos emergentes de España, al tiempo que han auto-producido, con dinero y vigor, su primer disco, titulado “Érase una vez… la curiosidad”.

Tengo debilidad hacia este conjunto musical. No lo niego. Conocí a Ana, Leticia y Laura hace un verano en una playa casi perdida de la Costa Brava. Llevaban sus vidas guardadas en mochilas, comían bocadillos de companaje para seguir caminando, soñaban con los cielos estrellados desde su tienda de campaña y se emocionaban con la puesta de sol que les sonreía el nuevo día. Luchan, superviven, agradecen, abrazan, besan e interpretan muy bien. Por eso les homenajeo a ellas y a ustedes les invito: sábado, 23 horas y en la Kaku. Acudan y disfruten.

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