Buceadores
No sé si para los que hemos nacido en el interior es el invierno estación propicia para recrearse con el mar, espacio no obstante siempre atractivo por sus misterios, bien por aquellos que nacen al contemplar desde su superficie el horizonte, bien por los que se intuyen en sus profundidades. Éstos sobre todo porque se acomodan en la masa verdosa que nos transporta hasta los orígenes, especialmente cuando al zambullirnos se nos mete un hilillo de agua por la nariz. Es en estas ocasiones cuando más vuelvo a mi infancia.
No sé si cabe ahora esta pasión marina, pasión que tuve durante aquellos cursos que trabajé en El Campello, uno, y en San Juan, otro. En aquellos cursos, 1993-1994 y 1994-1995 respectivamente, que habité asomado día y noche al mar desde la casa de mi hermano viendo en las noches de luna llena que la luna trazaba un camino de plata sobre la superficie rizada que me invitaba a perderme. Además, durante el curso en El Campello tuve que impartir Lengua por mor de las supuestas asignaturas afines, esto es, aquellas para las que con mi titulación en Filosofía y Letras (Sección Geografía e Historia) la condescendencia administrativa me suponía ducho. En algún caso fue también Música, suerte que sé donde se pone un do en clave de sol. Pero podría haber sido Inglés. Valenciano no, para esto sí que se exigía tener la titulación de "mestre". Ni siquiera con el Mitjà podía. Que el Mitjà más didáctica sólo capacitaba para "impartir clases en", no para "impartir clases de". Pero a lo que íbamos, en El Campello me tocó dar a un curso de Lengua de primero de BUP. La programación, coordinada por el catedrático Juan Luis Tato, era una programación peculiar que adaptaba los contenidos didácticos del curso tomando como material de trabajo un clásico que se desmenuzaba en actividades académicas, unas, y muy creativas y recreativas, otras. Aquel año, para llenarme aún más de mar, tocó la "Eneida"; maravilla de Virgilio dedicada a Augusto emperador. Así, me embarqué con los de Eneas para, tras la catarsis marinera por el Mediterráneo, participar en la mítica fundación de Roma. Y lloré lágrimas por Dido. De aquella experiencia, aliñada en verano con más lecturas en torno a nuestro mar y al mar, nació un artículo publicado en INFORMACIÓN: "Leer el Mediterráneo".
Después de tantos años sin saborear el salitre marino, estas navidades he tenido el regusto de sumergirme de nuevo en el mar. La inmersión ha sido de la mano amable de Rosa Cáceres que poco antes de Navidad me regaló su novela "Buceadores" (Atlantis, 2006). Maravilla. Maravilla, intriga, poesía mucha poesía veo yo en la prosa de Cáceres, poesía de la que se escucha. Y también sabiduría por doquier tanto en los pensamientos que se van poniendo en boca de los personajes como sabiduría en el tejido y resolución de las tramas.
Especialmente la inteligencia se nota en la solución exitosa de una de las mayores dificultades técnicas que plantea la novela histórica, la dificultad de que los contenidos puramente históricos no aparezcan ante el lector burdamente acorralados, independientes de lo literario, como si viéramos al autor interrumpir su relato y abrirnos una enciclopedia, sino fundidos en el relato, confundidos positivamente como un todo que es coherencia.
"Buceadores" de Rosa Cáceres nos transporta al mar nuestro de todas las historias y metiéndonos en su vientre de agua salada nos devuelve a nuestros amalgamados orígenes antepasados con una prosa que muchas veces es susurro y, otras, suspense. Nos devuelve al mar. Al cabo, "fenicios somos". Fenicios y todo lo demás.