Buenos tiempos para la lírica
En una agradable reunión, el doctor Vicente Pozuelo, que fue médico de Franco, con perdón, nos refirió como utilizó la musicoterapia con el veterano militar. Entró al Pardo por el cuerpo de Guardia y pidió al teniente de servicio un tocadiscos y todas las marchas militares que tuviesen disponibles. Aprovechando la tardanza que tuvo Franco aquella mañana y mientras le esperaba en el gabinete de reconocimiento, preparó el viejo picú con un disco que contenía La Canción del Legionario, pues el médico conocía sobradamente la repercusión que esto podría tener para el fundador del Tercio. Cuando apareció Franco le estrechó la mano al tiempo que le abordó directamente para decirle que tenía un buen remedio para ayudarle a levantar el ánimo. ¿Me permite intentarlo, mi General?, preguntó el doctor Pozuelo. ¡Pruebe!, le respondió lacónicamente Franco. Y al poco comenzó a sonar la citada marcha colmando de recuerdos y emoción el alma del anciano Franco, iniciándose en ese momento la pequeña mejoría que disfrutó el Caudillo a finales de 1974 y que tanto disgustó a muchos.
Efectivamente, quien más y quien menos ha podido experimentar los beneficiosos efectos de una música adecuada para cada momento. Yo, que pertenezco a la irrecuperable década de los ochenta, que vivimos intensamente la etapa que comprendió desde los 15 a los 20 años entre 1984 y 1989, me siento especialmente rejuvenecido cuando, ante uno de los cotidianos y amistosos reveses con los que nos obsequia la vida cada poco tiempo, extraigo de mi particular Caja de Pandora reliquias que suenan en 2006 como auténtica música celestial: Gabinete Caligari, con Cuatro Rosas; Golpes Bajos, con La Fiesta de los Maniquíes; Radio Futura, con la Estatua del Jardín Botánico; Los Secretos, con Déjame; Nacha Pop, con Vístete; Objetivo Birmania, con Desidia; Peor Imposible, con Susurrando; Alaska y Dinarama, con ¿Cómo pudiste hacerme esto a mí?; Los Nikis, con El Imperio Contraataca... Y otros trescientos que dejo deliberadamente al margen en esta miscelánea, pues no es lo que realmente importa.
Lo concienzudo es que esta, nuestra nueva generación ya se ha convertido en una pieza clave de la sociedad española, y ya toma con ambas manos el testigo de la de nuestros padres. Entre esto y el infarto de miocardio hay solamente una década de tiempo por término medio, por lo que animo a todo el mundo a que una vez haya cumplido su obligación como trabajador o empresario, como madre o padre y todas las demás que les obligue el rol que le haya tocado en la comedia de la vida, se dedique a partir de ahí a vivir a lo grande, que se apunte para a ir a jugar al campeonato de truque de la Comparsa, a salir de cena con los amigachos los primeros viernes de mes, a copear hasta con los altavoces del Quo Vadis, aunque es preferible escoger especímenes de carne y hueso, y a no dejar títere con cabeza, pues como dice Julio Iglesias los potros dan tiempo al tiempo porque les sobra la edad pero a algunos ya nos dan sabana y no disponemos de tanto tiempo como pensamos.
Tras la satisfacción por el deber cumplido y contra el peso por la responsabilidad, cantemos y bailemos; a los que nos ofrecen películas de dudosa credibilidad dediquemos una canción de Rudy y los Casinos, ante el mal tiempo, sonriamos de oreja a oreja; y ante todo lo que nos propongamos, pensemos siempre en vivir lo mejor posible dejando vivir del mismo modo. En estos momentos más que nunca, pongamos buena cara ante el mejor tiempo.