Abandonad toda esperanza

Bunuel

Abandonad toda esperanza, salmo 274º
Bunuel, sin eñe. Así se llama nuestro cineasta más universal, con o sin permiso de Almodóvar, según la IMDb; y es que el director aragonés figura como un personaje más de Midnight in Paris, aunque en los créditos del film de Woody Allen aparezca escrito correctamente. Faltaría más, tratándose de un admirador del cine europeo como el autor de Delitos y faltas, un intelectual malgré lui empeñado en intentar convencernos de que él pasa por tal solo porque lleva gafas, y que no hay nada que le guste más en el mundo que ver un partido de béisbol. No tengo nada contra el béisbol, créanme, pero si hiciéramos una encuesta entre la población norteamericana, dudo que muchos de los encuestados supieran quiénes son no ya Toulouse-Lautrec o Gauguin, sino compatriotas suyos como Hemingway o Scott Fitzgerald (y esposa)... Todos ellos, como Buñuel, presencias estelares de esta deliciosa comedia que nos reconcilia con el mejor Allen.

Porque tengo que confesar que últimamente Allen y yo habíamos tenido más de un desencuentro, aunque él no se haya enterado: Scoop y Vicky Cristina Barcelona fueron tales decepciones que incluso un seguidor suyo tan irredento como yo, condicionado también por la obligación de verlas en la siempre temible versión doblada, dejó pasar olímpicamente sus dos últimos estrenos. Pero en cuanto me enteré de que en su nueva película, además de la señora de Sarkozy, se dejaban ver buena parte de la bohemia del París de los años 20, de Gertrude Stein a Man Ray pasando por Dalí y Buñuel (perdón, Bunuel), tuve claro que esta no se me escapaba. Aunque tuviese que soportarlos hablando en castellano.

Y es que el autor de Viridiana siempre ha sido una debilidad del que esto suscribe; buena prueba es que cuando hace no mucho ordené mi biblioteca, en la sección dedicada a los directores de cine, descubrí que de Luis Buñuel es de quien más títulos poseo, superando la veintena, cuando en esas jerarquías absurdas que los coleccionistas establecemos mentalmente, de los autores que le siguen (como Ford, Hitchcock, Fellini o Polanski) apenas tengo cinco o seis. Mi última adquisición es, además, una de las más sugerentes: Los años rojos de Luis Buñuel lo firman al alimón Román Gubern y Paul Hammond, y es un documentadísimo estudio de la relación que vinculó al director (como a otros miembros del movimiento surrealista) con el comunismo durante los años 30. Un trabajo riguroso acerca de una faceta de su protagonista, la política, que se ha dejado de lado en demasiadas ocasiones. Vamos, que si Buñuel levantara la cabeza y viera los resultados de las elecciones del pasado domingo, igual se nos volvía a morir.

Mucho menos elaborado, pero sí más personal, es el Buñuel insólito que firma el realizador Juan José Porto, que siendo un jovenzuelo pudo entrevistar al genio de Calanda con la excusa de que aquella entrevista no se publicaría nunca. Porto cumplió su palabra, pero de la relación personal entre ambos surgió este sentido homenaje que tiene el valor de lo vivido en primera persona. Experiencias como las que vive, dicho sea de paso, el protagonista de Midnight in Paris, que viaja al pasado de sus artistas más admirados en una declaración de amor a la capital francesa por parte de Allen como Manhattan lo fue al corazón de New York. Solo por la escena en la que el protagonista le sugiere a Buñuel el germen de El ángel exterminador -y que el aragonés no acaba de entender del todo-, ya vale la pena pagar la entrada.

Midnight in Paris se proyecta en cines de toda España; Los años rojos de Luis Buñuel y Buñuel insólito están editados por Cátedra y Berenice respectivamente.

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