Vida de perros

Burdos rumores

Escribo hoy en el día de la semana que se adjudicó hace tanto tiempo al beligerante Marte, que en el presente mes coincide con el número de comensales que acudieron a aquella supuesta Última Cena (Gibson lo sabrá con certeza). Hoy me encuentro tan afligido como puede estarlo cualquier socialdemócrata laico ante la noticia de la separación temporal de los Duques de Lugo –qué bonita forma de anticipar la ruptura de aquello que se unió y que no se puede separar ¿…?–.
El asunto viene al trapo cuando todavía ando mascando aquello por lo que el director de la revista diaria El Mundo felicitó a Don Juan Carlos espetándolo con aprovechamiento de la presencia de los micrófonos: “Felicidades por lo del sábado”. Vamos, que todavía digiriendo mi propia postura ante el “¿Por qué no te callas?” que el Rey escupió a Chávez llega la mayor de los Borbones y dice que se separa. La noticia de la separación caída así, antes de trabar mi propia opinión, me lleva a repensar el asunto y éste se abre hacia parcelas anteriormente no transitadas. Uno piensa en el Rey como persona, una persona consciente como es natural de la circunstancia que se desencadenaba en su familia e imagina el estado de irritación, de alteración al menos, en que se encontraba durante el desarrollo de aquella cumbre.

Pelillos a la mar. La cuestión es concluir de una vez la deliberación y tomar una posición ante el gesto del Jefe de Estado Español durante la sesión celebrada el sábado. Y saben, queridas personas, que aunque el primer impulso que sentí fue de celebración, lo que supone orgullo, afirmación, reflejo, días después creo que tal ímpetu fue producto de digamos cierta genética española, una especie de llamada de la sangre, de llamada de la selva. Fue ese: ¡¡Toma!! Como ante ese gol de la selección que destella durante un partido al que no prestamos demasiada atención. Y como ante el tanto futbolístico mencionado, pasados unos minutos u horas, tras una más o menos intensa meditación, recuperamos el ánimo siempre necesario para recordar los “logros” que la selección en este caso nos ha regalado. La reflexión lleva a dudar de lo acertado del marcaje real: por lo oportuno de la situación espacio temporal: máxime si con cierta susceptibilidad nos remontamos históricamente; así como dudas sobre el hecho por el lugar en que sitúa a nuestro presidente a quien interrumpe (sí, vale, también el venezolano) durante su turno de palabra. Y si digo dudas sobre la situación en que pone nuestro presidente no me refiero a las nuestras, que no deberían ser tales, sino a las que pueden aparecer incluso maliciosamente en el resto de países participantes.

En cualquier caso, tras la quema de fotografías en esos aislados puntos de Cataluña, tras el malestar causado en Marruecos con el motivo de su visita a Ceuta y Melilla, y tras el quiebro recibido por el hijo de su fallecido amigo Hasán II, no cabe duda de que Don Juan Carlos ha revitalizado su figura. Es poco probable que a raíz del “¿Por qué no te callas?” ciertos medios de comunicación imitando a sus contrarios –que es un decir– comiencen a hilar una trama conspiratoria en la que todos los participantes de la cumbre estuviesen involucrados. Una trama en la que el mismo Chávez estuviera involucrado con el fin de potenciar la figura real en España. No es por afirmar que en la mal llamada izquierda no existan medios capaces de ejecutar dicha tarea, porque si no sabían cómo se hace bastante han aprendido de Pedro y Federico durante los años transcurridos. En cuanto a mi postura: me parece fuera de lugar la reacción del Rey, cada cual sabe sobradamente qué representa y cuándo ha de intervenir.

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