Vida de perros

Camino a la perdición

A veces ocurren cosas ante las que nos sentimos como aquellos héroes griegos cuando eran arrollados por el fatídico destino. En ocasiones nos vemos atropellados por cosas, leyes, que parecen (porque nos lo dicen) haber estado ya tiempo allí. Cosas, leyes, ocultas en la maleza, escondidas como un revolver en el bolsillo, que esperan a que llegue el momento de hacer su aparición. Un momento de interés electoral, o un momento propicio para levantar una cortina de humo, o un momento aplazado por asuntos de mayor importancia. Pero ocurre que tal momento, para el resto, no es ni tan siquiera previsible; ocurre que “los demás”, directamente afectados, desconocíamos al animal agazapado o durmiente que de pronto salta sobre nosotros. El jueves pasado, cuando la policía autonómica se personó en uno de los pub’s del centro, sin llegar por fortuna a interrumpir el concierto de Pablo Líquido, conocimos una de esas líneas insertas en una ley promulgada por la Generalitat Valenciana hace ya no sé cuantos años. Unas líneas que se olvidaron o que permanecían aletargadas, líneas tal vez sobre las que se “abrió la mano”, líneas que ahora se recuperan y se ponen en funcionamiento caiga quien caiga.
La aplicación de la ley en un momento dado y no en otro, así como su desconocimiento, como ustedes deben saber, no exime de culpa. Si antes no se le exigió a usted cumplir con los requisitos a los que obliga una ley ya aprobada, pues eso que lleva usted ganado. Así que ya nos pueden ir dando. Y, ahora, para no retrasar más el motivo y las consecuencias de la aplicación de dicha ley, para no dejarles por más tiempo con la duda, les hablaré someramente sobre uno de sus resultados: la supresión de actividades no contempladas en la actividad de un local de ocio; vamos, que no se pueden realizar conciertos, actuaciones, en locales no preparados para ello. Obvio, aunque no por ello del todo beneficioso, quizás sí –con toda seguridad– para los vecindarios que padecen el infierno de una mala insonorización. Aún así, creo que se deben contemplar los daños causados con esta medida, averiguar, poner sobre la mesa, quiénes son verdaderamente los damnificados y condenados. Vengo a referirme a los artistas, creativos que gracias a estos locales han podido hasta ahora llevar a escena sus trabajos. Porque no vayan a pensar, no se abandonen en la ingenuidad de pensar, que es sencillo encontrar un lugar donde grupos y artistas puedan mostrar al mundo el trabajo que llevan preparando posiblemente durante meses.

Tampoco podemos olvidarnos de los dueños de los locales donde se realizan actividades culturales: personas que apuestan por estos productos artísticos con total conocimiento de lo mínimamente rentables (económicamente) que resultan –siendo en muchos casos incluso deficitarios, por lo que los locales toman el “mecenazgo” realizado como una inversión en la promoción de su local–. Locales dirigidos por personas con sensibilidad hacia lo artístico, personas que a su vez, en muchos casos, también son aficionadas a labores creativas. Personas conscientes de que son parte del mercado cultural y que se sienten involucradas en la difusión del arte y que se sienten orgullosas de ello. Por eso tal vez sus locales realizan actividades de ocio en días y horarios diferentes a los convencionales, favorecen la diversidad, y arriesgan en cuanto a la “calidad” y la capacidad de convocatoria de artistas por lo general completamente desconocidos; artistas que llegan a las ciudades a realizar su espectáculo con cientos de kilómetros a sus espaldas, con la esperanza de ganarse un público, de perfeccionar su trabajo.

Acabar con la iniciativa de los locales de contratar espectáculos, de acercar el teatro, la danza o la música, a su clientela exhibiéndolo como atractivo, como alternativa a la oferta institucional, supone de forma indirecta –pero directa– acabar con propuestas como la del Club de Jazz de las Mil Pesetas, o con los Circuitos de Café Teatro que han proliferado en nuestra comunidad y que han ofertado con mucho esfuerzo escenarios a quienes realizan actividades sobre la escena. Supone acabar con propuestas poco formales, sin cabida en escenarios de gran o mediano formato por su duración, por el uso del espacio o de los medios técnicos, o su necesidad de tener un público cercano. Supone acabar con los espacios utilizados por grupos que se inician y que cuentan con pocos recursos. Supone acabar con un público que comienza su afición a las actividades escénicas gracias a la cercanía que supone encontrarlas en su entorno. Supone acabar con el microsistema que ha funcionado durante tantos años, ha dado nombre a artistas y locales. Y estas son algunas de las consecuencias que tendrá la aplicación de esta Ley.

Pero tal Ley, como un tren que debe llegar a su destino pasando por encima de lo que se ponga en su camino, ya ha sido discutida y aprobada. Tengo por seguro que serán cientos los motivos, todos coherentes y más o menos apremiantes, los que llevaron a su aprobación. Aún así cabe la duda sobre si durante su debate se tuvo en cuenta en mayor o menor medida todas, digo todas, las consecuencias, entre ellas las que voy intentando defender y exponer (pese a que más bien me van quedando como un homenaje a artistas y locales–desearía que no póstumo–). Pregunto si la determinación de tomar medidas que nos dejarán sin cientos de espacios donde realizar actividades, contempla ofertar otros espacios que ofrezcan características similares. Porque da la impresión de que la juventud está condenada a la reprobación, y de que la gran mayoría de intervenciones que se realizan desde las instituciones o buscan fabricar jóvenes como los de “Amo a Laura, la respetaré hasta el matrimonio”, o persiguen únicamente sus malos hábitos, incluidas locuras de juventud, en un tono paternalista que no busca el entendimiento y la empatía, sino la supresión; o no cuentan con el interés por este sector de la población.
Queda, para tratar de un modo algo superficial por la falta de espacio, hablar sobre la necesidad de espacios privados, no condicionados, donde se realicen de forma libre todo tipo de actividades. Espacios que por su poca rentabilidad son prácticamente un imposible, un ideal inalcanzable pese a ser tierra fértil para la creatividad y la investigación.

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