El Volapié

Cándido

Jerónimo José Cándido fue un eminente matador de toros nacido en Chiclana de la Frontera, provincia de Cádiz. Tan importante fue su buen oficio que el rey Fernando VII lo nombró director de la Escuela de Tauromaquia de Sevilla y permaneció en activo hasta los setenta y cinco años, en una época en la que sólo era posible ser figura del toreo si se había nacido más debajo de Despeñaperros.
Para atravesar estas provincias andaluzas se construyó la A-92, una autovía con más de cien socavones por cada centímetro cuadrado. Hay algunos sinvergüenzas que opinan que el mal estado de esta construcción se debe al mangoneo que muchos practicaron en la época álgida del felipismo. Estos reaccionarios también quieren ver en esta pésima carretera el comienzo de las grandes fortunas de demasiados políticos que en la actualidad son millonarios a la vez que representantes del pueblo.

La realidad de esta obra no puede ser otra que la fatalidad, lo abrupto del terreno y las filtraciones incontroladas de las aguas contra las que no se puede combatir. Hay que ser malnacido y paranoico para ver latrocinio donde no hay más que fenómenos naturales de los que nada tienen culpa los políticos a los que me estoy refiriendo. Faltaría más.

Lo que es un hecho que se sufre al volante, es que entre Villena y Málaga –viajando por la autovía– se pueden contar más de un millón de estos socavones y que todos ellos van apareciendo a partir del comienzo de la penosa A-92 y que finalizan cuando esta acaba en su linde con la mar.

En Málaga también estuvieron disfrutando del pasado fin de semana el cándido Fiscal General del Estado y el guapo exministro Fernández Bermejo. Cándido comió como un marqués en el Restaurante Mariano de la plaza del Carbón. Pueden estar seguros los queridos lectores que este columnista no se puede permitir -ni por asomo- los lujos de estos altos servidores del pueblo, y sin embargo no pude evitar la tentación de admirar el buen estilo que nuestro Fiscal General se da comiendo faisán en pepitoria. Por eso me acoplé en una terraza de enfrente, justo al lado de su apuesto guardaespaldas y - ofreciéndole un mojito- intenté iniciar una conversación con él sobre la presunción de inocencia de su protegido, en cuanto a las malévolas acusaciones que pretenden manchar su honradez política, en cuanto a que haya podido ayudar a la banda terrorista ETA o por otras patrañas que inducen a que ciertos paisanos opinen de Cándido que es un mal español.

A la vuelta -en el Mesón Los Candiles de la calle Fresca- tapeaba el ministro que cayó de la burra porque en la España de las autonomías las licencias de caza que se obtienen en unas provincias no sirven para otras.

Ustedes me llamarán loco, pero por un momento creí que también estaba el juez Garzón y que se estaba cociendo algo en el bello centro de Málaga. Por supuesto, algo profundamente democrático y constitucional, como siempre hacen estos chicos.

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