Las vacaciones suelen ser por lo general una temporada idónea para quedar con gente; y particularmente, la Semana Santa es por tradición la más propicia para el reencuentro con esos viejos amigos que nos han acompañado de forma continua o intermitente a lo largo de nuestra vida. Pero como ocurre con todo últimamente, estas recién pasadas Pascuas han seguido marcadas por las restricciones que tratan de paliar el contagio del coronavirus. Por tanto, quien suscribe estas líneas se ha decantado por una opción mucho más segura en términos sanitarios: la de reencontrarse con viejos conocidos de ficción en tres cómics verdaderamente recomendables que tienen en común precisamente eso, que para quienes conocemos las obras de las que forman parte, sus personajes protagonistas ya son como de la familia.
Si hay una creación que presenta esta familiaridad dentro del panorama internacional del noveno arte, esa es sin lugar a dudas Love & Rockets, la inagotable colección de historietas de los Hernandez Bros nacida en 1981 y que ha dado pie a dos historias río repletas de afluentes y meandros narrativos que se me antojan sendas obras maestras indiscutibles: Palomar y Locas. Y si Beto Hernandez se ha encargado de dar vida al universo de la primera, ambientado en el pequeño (e inventado) pueblo latinoamericano que le da título, su hermano Jaime Hernandez ha hecho lo propio con el magistral y complejo relato coral que protagonizan Hopey Glass, Maggie Chascarrillo y compañía. Un relato a veces realista y otras veces fantástico, donde diversos personajes -la mayoría femeninos, y cada uno con toda una vida cargada de experiencias a sus espaldas- se entrecruzan e incluso conviven sin que por el momento se dé una progresión narrativa convencional ni mucho menos se intuya una conclusión definitiva a la vista. Es decir: una suerte de comedia humana a la altura de un Balzac pero en viñetas.
La última aportación al corpus de Locas es el volumen Tonta, que recopila una serie de historias breves entrelazadas, a modo de capítulos, y en donde la protagonista principal es Anoush, prima de Vivian Solis a la que todo el mundo conoce con el apelativo que da título a la obra. Tonta relata las peripecias de esta joven en el tránsito de la adolescencia a la vida adulta durante un período precisamente vacacional, los días de verano, en los que la familia de su prima se ve involucrada en un robo que culmina con el padrastro de la protagonista herido de bala y que podría ser un disimulado intento de asesinato; todo ello, mientras Tonta trata de hacer nuevos amigos o ligar con el cantante del grupo punk de moda. Estamos, por tanto, ante una especie de bildungsroman o novela (gráfica) de aprendizaje, sin que por ello se pierda el carácter de relato coral que siempre ha caracterizado a las magistrales creaciones de los Hernandez. Y, por supuesto, todo ello plasmado sobre la página con el reconocible estilo en contrastado blanco y negro tan característico de su autor.
También son viejos conocidos los protagonistas de La tempestad, y lo son no solo porque se traten de personajes que surgen de clásicos populares de la literatura universal tales como Drácula, El extraño caso del Dr. Jekyll o El hombre invisible (por citar solo tres); sino porque sus autores, el laureado guionista Alan Moore y el dibujante Kevin O’Neill, ponen fin con la presente novela gráfica a una creación que arrancó a finales del siglo pasado, concretamente en 1999, con La Liga de los Caballeros Extraordinarios (pueden olvidarse de la muy mediocre adaptación cinematográfica, a pesar de ser el último trabajo del malogrado Sean Connery); y que está formada por tres volúmenes previos, el ya mítico Dossier Negro, una trilogía de historias derivadas protagonizadas por el capitán Nemo creado por Jules Verne, y este cuarto y último volumen recién traducido a nuestro idioma.
En La tempestad -título de reminiscencias shakespearianas; no olvidemos que Próspero, protagonista de la obra homónima del bardo inglés, fue el fundador de la Liga al servicio de la reina Gloriana de Inglaterra- culmina de forma épica la reunión de estos personajes ya legendarios, dentro de las fronteras del que es uno de los dos universos referenciales y misceláneos más destacados del medio en los últimos lustros (el otro es, claro, el Planetary concebido por Warren Ellis). Se trata de una historia ambiciosa, un relato aparentemente inabarcable en el tiempo y el espacio, de la ciudad de Ayesha a las ciudades de un devastado siglo XXX, alternando estilos, recursos y formatos e incluso recurriendo en algunas páginas al efecto 3D (recuerde el lector que las gafas para tal fin iban incluidas en el interior del citado Dossier Negro). Todo ello da pie a un cómic que supone un hito del medio, y no por su indudable calidad intrínseca, sino porque si sus autores cumplen con su anunciado propósito, este será el último cómic que realicen juntos o por separado; y por tanto estaríamos -muy especialmente en el caso del escritor, con varias obras maestras de importancia histórica a sus espaldas- ante el colofón de una carrera profesional impecable.
A cualquier lector granado en el territorio de la historieta infantil y juvenil europea que haya ido más allá de las inevitables aventuras de Tintín y Astérix les resultarán más que familiares, tal y como sucede con los de Tonta y La tempestad, los personajes de Spirou y Fantasio. La serie en cuestión fue creada por Rob-Vel en el ya lejanísimo 1938, y sus protagonistas se vieron desarrollados después por una serie de autores con Jijé y el genial Franquin a la cabeza. Vistos hoy, nadie diría que el botones pelirrojo y su compañero periodista tienen más de ochenta años, pues siguen tan lozanos como siempre tanto en la colección regular como en una serie de entregas especiales y autoconclusivas gracias a una nueva hornada de artistas que incluye a figuras de primera fila de la BD franco-belga como Lewis Trondheim, Émile Bravo o Flix.
En esta ocasión, es el tándem formado por Tarrin y Neidhardt el encargado de regalarnos Spirou y los soviets, una estupenda aventura ambientada en los años de la Guerra Fría y repleta de peripecias que les acontecen a Spirou y Fantasio cuando se disponen a viajar de incógnito a Rusia para rescatar a su amigo el conde de Champignac, el cual ha sido secuestrado por la KGB para obligarlo a colaborar con sus científicos en un experimento secreto. A partir de esta reconocible anécdota, que evoca tanto a los tradicionales relatos de espías al estilo de James Bond y otros agentes similares como a algunas aventuras largas de nuestros Mortadelo y Filemón creados por Ibáñez, los autores ofrecen una sátira sobre el sempiterno conflicto entre el capitalismo y el comunismo que permite al lector adulto disfrutar (y mucho, se lo aseguro) de la historia a un nivel distinto y más complejo que el del público más joven al que parece ir destinada en primer término.
En resumidas cuentas: estamos ante tres títulos que pueden disfrutarse incluso si suponen un primer acercamiento a la serie a la que cada uno de ellos pertenece, pero que satisfarán muy especialmente a los lectores que ya han transitado antes por el mundo de ficción del que forman parte y para los que sus personajes son ya caras conocidas. Por tanto, les recomiendo encarecidamente tanto su lectura como que busquen, lean y disfruten de las raíces de tres obras fundamentales de la historieta contemporánea... si es que no lo han hecho ya.
Tonta, The League of Extraordinary Gentlemen: La tempestad y Spirou y los soviets están publicados por La Cúpula, Planeta Cómic y Dibbuks respectivamente.