El Volapié

Cavalleria Rusticana

Se escribe con uve y sin tilde porque es un vocablo italiano que significa caballerosidad. Rusticana sería algo así como pueblerina, pero no en sentido peyorativo, sino todo lo contrario.
Es este el título de una preciosa ópera donde se cuentan los avatares de un pueblo siciliano cercano a Francofonte en el periodo que hubo tras los borbones y antes de la aparición de la mafia. La primera vez que escuché Cavalleria Rusticana –de Pietro Mascagni– fue por un regalo que me hizo Fernando Pérez hace un siglo y es impresionante. Junto con El Gatopardo de Giuseppe Lampedusa compone el paradigma de la actual Sicilia y recoge los orígenes de una mafia, que incluso muestra tintes románticos.

También Pepe Grau –coronel, piloto y miembro de la Peña El Cotarro– me regaló sabios consejos. ¿Tú conduces, verdad?, me preguntó.

Pues no pienses en ningún momento que un avión es un medio extraordinario, prosiguió. Es simplemente una carcasa a la que han dado una forma extraña que es la que siempre se ha conocido ideal para moverse en un medio denso. Dígase los alerones que los tuneadores también le colocan a sus coches y dos o más buenos motores que a cualquiera le gustaría montar en su Seat o similar. Pero al fin y al cabo potencia y ruido. Piensa como un crío: Yo lo podría hacer, me gustaría llevar este bicho.

En mis tiempos jóvenes –sigo con las palabras del militar– allá por los años 70 del siglo pasado cuando yo iba a Galicia a volar con el personal de la Brigada Aerotransportable, compuesta por soldadicos gallegos que lo más cerca que habían visto un avión era en película o cuando pasaban volando a 30.000 pies despidiendo a España camino de Estados Unidos y los veían por su estela. Se me acerca un capitán y me dice: Teniente, si observa a algún soldado que al subir al avión le da un golpe suave, bien con la mano o con lo que lleva en la mano –dígase mosquetón– no es con intención de romper nada si no como de tanteo, que él domina el medio y si el avión no le responde –lógicamente no lo hacía– quiere decir que él está por encima de la máquina y no le llevará a ningún sitio malo. Bueno, pues yo lo observé y eran muchos los galleguitos que así actuaban para quitarse el regomello del miedo, hacían de tripas corazón y subían tan campantes. Es como el que domina a la bestia con sus manos.

A Pepe y a Fernando apenas los veo de fiestas a fiestas, pero a ambos les agradezco que me estén ayudando –aun sin saberlo– a superar esta fobia irracional. Un golpecico al avión mientras embarcaba –firme para sentir el dominio sobre la fiera pero suave para que no se mosquease la sobrecargo–, un beso a la medalla de Mª Auxiliadora –a pesar de mi endeble Fe– y llegué a sentirme a gusto con el deleite de ir escuchando Cavalleria Rusticana al sobrevolar el Mediterráneo.

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