Cultura

Celebrando a Camus

Permítanme que les hable desde esa ignorancia que tanto se estila, que resulta tan cool y que tan poco avergüenza cuando se la rectifica. Así les puedo decir que para mí Albert Camus apenas es un dramaturgo, y que aunque en mi parecer es mucho más un novelista en realidad acostumbro a recordarlo como filósofo (contrariamente a lo que me ocurre con Fernando Savater). Por eso cuando el pasado sábado L’Om Imprebís cerró su trilogía sobre el idealismo y la utopía en el teatro con el Calígula de Camus pensé que asistiríamos a una carnicería que sólo la corporeidad de la escena puede conceder a las ideas del autor.
Lamentablemente, les adelanto, el espectáculo tuvo más que ver con una clase teórica de Savater que con el idealismo y la utopía de Camus. En cuanto a la representación teatral recordar que contaba con una limpia escenografía, elegante, sugerente y austera, muy propia de la época retratada. Conforme al espacio escénico romano pero articulada para evitar la monotonía del espacio único. Un vestuario muy creativo, efectivo en la caracterización de los personajes puesto que aunque ofrecía a primera vista cierta homogeneidad se personalizaba en cada uno de los caracteres. Igualmente el vestuario se adecuaba a cada uno de los momentos, no necesariamente temporales, por los que transcurría la tragedia, situando a los personajes prácticamente en estados emocionales o vivenciales. La música en directo fue oportuna, en ella participaba el reparto, y no sólo sirvió de ambientación sino que fue personaje y expresión de los personajes. También lo fueron algunas dispersas coreografías que siendo en general oportunas no lograron una unidad de discurso a lo largo del montaje.

Quizás lo que frenó el desgarro que intuyo necesario para la pieza fue la declamación. La impostación de la voz. Casi en el tono de los melodramas románticos. Y allí donde Sandro Cordero (Calígula) estuvo magnífico fue a mi gusto donde no se enfrentaba a los extensos discursos cargados de filosofía y emotividad. Tampoco ayudó a la expresión del discurso de Camus la obvia simultaneidad de estilos interpretativos en el reparto, puesto que se encaminó hacia un texto corrido que se intentaba levantar más con énfasis dramática que con lucidez de ideas. Para mi gusto, que es sólo y por supuesto el mío, diría que fue Gorsy Edú (Helicón) quien ofreció una interpretación más adecuada para transmitir la vida del texto. Aún así, tras las apuntaciones presentadas, creo que el trabajo es meritorio, que infunde ideas, sentimientos, sensaciones, belleza. Un trabajo muy cuidado estéticamente con la desventaja de enfrentar a un público del siglo XXI con un “tremendamente (y desgraciadamente) lejano” siglo XX.

El Colmo: llegado el punto final de la representación, conseguida la tensión: iluminación, elementos escénicos, ritmo, desenlace trágico, música en directo… y el timbre de un móvil interfiriendo con su reconocible melodía… hasta el apagón… hasta los aplausos… bochornoso. Desde aquí les envío disculpas sinceras y abochornadas del patio de butacas de Villena. Lo sentimos enormemente. Discúlpennos.

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