Chapuzas crónicas en Villena
El subsuelo de nuestras calles, no por ser invisible a los ojos de los vecinos, deja de tener vital importancia. De hecho por sus ocultas galerías se abastece todo lo necesario para la población: aguas potables, alcantarillas residuales, electricidad, gas y todo aquello que nos hace la vida más cómoda, como las fibras ópticas que permiten la comunicación. En realidad las conducciones subterráneas de nuestros viales son como las arterias de los organismos vivientes, que nutren de sangre a nuestros órganos y músculos y suministran oxígeno a nuestras células. Cuando las cañerías humanas tienen lesiones necesitan un cateterismo reparador, cuando las arterias que hay bajo el asfalto dan síntomas de caducidad hay que reestructurarlas.
Hoy, en Villena, muchas calles están levantadas porque necesitan un cateterismo, y en ocasiones quedan en evidencia defectos crónicos que deberían estar superados, desde hace mucho tiempo, al suponerse mayor profesionalidad de las empresas que realizan el trabajo y una mayor eficiencia de los políticos que nos gobiernan, con una mayoría absoluta que para nada les impide una mejor fiscalización en todo aquello que invierte. Ahora no hay tripartitos para cargar el muerto a uno u a otro ni repartir irresponsabilidades al socio de al lado.
Como botón de muestra las obras de la calle Nueva, desde la rotonda de la Losilla hasta la esquina de la Avenida de Elche. Puede ser que las máquinas se excedan en algún momento y rompan alguna tubería de agua o de gas, aunque hoy hay más recursos para evitar esos incidentes. Pero lo que no tiene lógica ninguna es que el 1 de marzo se inicien las obras en la calle, la abran, la desentrañen, le introduzcan el nuevo catéter y la cierren de nuevo. Los nuevos bordillos recién puestos, en algunas esquinas, han tenido que ser cambiados nuevamente porque alguien se precipitó en ponerlos o porque no eran esos los que había que colocar. Incidente grave con evidente falta de planificación o coordinación.
Pero apunto de reabrirse la calle para recobrar su cotidiana normalidad ocurre un hecho intolerante y verdaderamente tremebundo. El pasado lunes 22 de mayo, a los ochenta y tres días del comienzo de las obras, vuelven las máquinas taladradoras a levantar la calle. Los vecinos estupefactos, llevándose las manos a la cabeza. ¿Qué coño está pasando?, se preguntan. Pues que a alguien se le olvidó instalar el tubo de la línea eléctrica por lo visto, o el cableado de fibra óptica que dará servicio al barrio del Rabal. Vuelta a empezar y más molestias para el vecindario, que sigue pagando sus contribuciones y sus cocheras en una calle cerrada por obras. ¿Será SUMA condescendiente con ellos si les solicitan una rebaja de sus impuestos? Seguro que no. ¿Lo será el ayuntamiento? Me temo que tampoco.
¿Quién es el responsable? ¿El ingeniero, que es el que más cobra? ¿La empresa, que es la adjudicataria? ¿La concejal de Obras, que no está encima de los acontecimientos? ¿El gobierno municipal, que delega con absoluta confianza? ¿O se van a echar la culpa unos a otros, que es lo que casi siempre ocurre? Al final son los vecinos, en primer lugar, los damnificados, pero no pasa nada, son gajes del oficio, se suele decir. En segundo lugar, los ciudadanos, que seguiremos pagando nuestros tributos porque es nuestra obligación, y sin que nadie pida perdón.
Yo pensaba que esto pasaba en épocas anteriores. Me equivoqué. Ya no hay excusas. Si el error era del PP, toda la oposición encima. Si era del PSOE, los misiles acusadores sin tregua. Si era el Tripartito, las baterías artilleras cargadas. El gobierno municipal, que se autoproclama transparente, ecológico, cercano a la ciudadanía, tendrá que dar explicaciones; y deberá acordarse cuando fue oposición de las denuncias implacables que ejercía cuando eran otros los que gobernaban. Nadie está a salvo, es verdad, de imprevistos desagradables, pero que nadie alardee de eficacia en la gestión, ni de políticas inmejorables, porque luego afloran los Talones de Aquiles. Y las promesas en las campañas electorales suelen pasar luego factura.
Ahora evoco, de nuevo, a Pepe Martínez Ortega, aquel concejal de IU que se llevaba el metro a las zanjas en obras; la memoria de calidades en la otra mano, junto con el pliego de condiciones. Medía, comprobaba, avisaba de que un material no era el prometido en la documentación y había que reponerlo como Dios manda; controlaba los pequeños detalles y mostraba a las empresas que con él no funcionaba el gato por liebre. Hace muchos años de aquello y le decían que lo que no se ve no era electoral. Ahora, en mayo de 2017, ocurren cosas que deberían estar extinguidas. ¿No aprenderemos nunca?