Ciudad de provincias
Es fácil vivir en esta ciudad de provincias. Conocemos a la mayoría de vecinos y vecinas, contamos con gran parte de los servicios necesarios para ser funcionales y disfrutamos de un movimiento social y cultural casi envidiable para otras poblaciones: este pasado mes de enero hemos tenido la programación del Barrio San Antón, los premios del Certamen de Poesía Amalio Gran o los festivales musicales de invierno en la plaza cubierta, entre otras actividades. Es cómodo y entretenido vivir en esta ciudad de provincias. Sin los problemas de las grandes ciudades ni las limitaciones de las localidades pequeñas.
Claro que tenemos nuestros problemas, algunos eternos: esas vías que cercenan la capacidad de expansión de la ciudad y que se han cobrado un siempre excesivo número de vidas; o ese vertedero que crece desproporcionadamente y cuya hedionda existencia se hace presente de tanto en tanto en nuestras calles. Por nombrar los más manidos y vistosos. Porque también podríamos hablar de los problemas con el alcantarillado o de los focos de venta de droga. Y también podríamos hablar del índice de paro y de precariedad laboral, o del empleo sumergido
Pero un tema del que no hablamos en esta generosa y pizpireta ciudad ni en el resto del país es de pobreza. Aunque nos hayamos desayunado recientemente con comunicados como el del grupo local de Izquierda Unida donde se subraya que la Asociación de Directoras y Gerentes de servicios sociales de España considera a Villena uno de los municipios pobres en gasto social. O el de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) donde señalan que solamente durante el presente mes, los días 17 y 24 de enero, se ha intentado desalojar a tres familias de sus viviendas. ¡No puede ser! Dirán ustedes, queridas personas, quizás pensando en la garantía a la vivienda digna que figura en nuestra Constitución. Pero así es. Aquí, en nuestra ciudad. Pueden ir ustedes a comprobarlo, e incluso a apoyar a estas familias, en los lugares y horas que la PAH indica en su comunicado.
El problema ya no es la indulgencia con la que se perdonan las faltas de todas esas ratas mafiosas que se han llevado crudo el dinero de nuestras arcas. Indulgencia pese a condenas judiciales en firme. Indulgencia que además se mostró en un apoyo electoral a un grupo político con más de mil cargos imputados por corrupción. El problema ya no es solo ese. El problema es cómo la precariedad a la que nos ha llevado este sistema de privilegios nos ha ido conduciendo hacia la aporafobia. Un concepto tristemente puesto de moda, acuñado a finales del pasado siglo por la filósofa Adela Cortina y que consiste en un sentimiento de miedo y una actitud de rechazo al pobre, al sin medios, al desamparado. Y el miedo, ya sabemos, es un sentimiento irracional. El miedo nos lleva a culpabilizar a las personas sin medios de su propia situación, a apartarlas, a considerar equivocadamente que la pobreza es una circunstancia permanente. Y evidentemente tal actitud a lo único que puede aspirar es a la exclusión.
Pero nuestra felicidad, si nos mantenemos a salvo de sentimientos egoístas, depende de una convivencia en armonía. Y esa armonía está contemplada en varios artículos de nuestra Constitución donde se establecen los derechos a la vivienda o al trabajo. Quizás sea complejo llevar a cabo estos propósitos a lo largo y ancho de nuestra geografía nacional. Quizás sea más asequible ponerlos en marcha en esta plácida ciudad de provincias. Quizás aquí sea más fácil dar muestras de empatía y solidaridad, en beneficio de una sociedad más justa y humana. Y si lo que hemos aprendido a lo largo de los siglos no está equivocado, daremos pan a quien tiene hambre y castigaremos a quien nos traiciona y nos roba.