De recuerdos y lunas

Comediscos

Siempre quise tener uno. Soñaba tenerlo. Que me lo compraran mis padres o que me lo trajeran los Reyes. Pero igual que con el Scalextric nunca pudo ser. Nunca pude cumplir mi sueño de como quien lleva una cantimplora con refresco, llevar música colgada del hombro. Llevar esos singles que me gustaban y cuyas letras me sabía de memoria.

Yo, por Pascua, veía a una cuadrilla que tenía uno. Eran mayores que yo. El dueño lo cuidaba con esmero. Y me daba envidia. Y mientras escuchaban música del comediscos jugaban a lanzarse un plato de plástico con habilidad. Yo era un niño y disfrutaba viéndolos. Era divertido y era en el Paseo cuando, si no paraíso, porque lo estropearon queriéndolo hacer Explanada, era lugar concurrido de gentes y vida: El Capri, aquí siempre la imagen de Pardo, el masajista del Villena C.F., tomándose una cerveza Henninger que luego ha sido una de mis cervezas preferidas; el Avenida Cine, el Avenida Bar, el Flor, el Alcoyano, el Alejandro, el puesto del Tío Jaime, la tiendecita al lado del Buen Gusto donde comprábamos los muñecos de plástico y los mistos de trueno, el Buen Gusto, el puesto de los Punteros, La Sardina, el carro del helado, los billares de Torró, el Negresco, El Sol... Por allí por el Paseo pasaba toda la vida de Villena. Dándole vueltas y vueltas. O recorriéndolo en su espacio rectangular de extremo a extremo, prescindiendo del Parterre, como le gustaba hacer a Alfredo Rojas por las mañanas. Temprano. Antes de ir a la imprenta.

Villena estaba más cuajada porque toda Villena circundaba este circuito popular, como en Orihuela me dicen que era la vuelta a los puentes. Como también, antaño, fue en Villena la Corredera. Circuitos que enmadejaban a las ciudades haciéndolas más sólidas por la relación que propiciaban entre habitantes. En Villena, sobre todo en verano, toda la manzana del Paseo se sostenía gracias a esa fuerza centrípeta que en su pasear centrífugo transmitían las gentes. Ahora que no hay gente por el Paseo no sé si los edificios podrán resistir tanta soledad sin caerse.

Pero yo quería hablar del comediscos, que del Paseo ya habló hermoso mi hermano Aureliano, porque con la misma fuerza que yo quería un Scalextric, quería un comediscos. Y no fue ni una cosa ni la otra. Con el Scalextric aún me hago la ilusión de que lo compro. A veces, en Murcia, voy a una tienda especializada en estas cosas y me atienden muy bien. Como si yo fuera un especialista en Scalextric, como si fuera a completar alguna pieza que me falta. Pero yo sólo voy a mirar y a preguntar alguna curiosidad y si aún tienen esa rampa y puente que me gustaba que tenía mi vecino Rafa. Sí, aún me figuro que lo compro. El comediscos no. Porque los vinilos escasean y porque el aparato –esto decían– hacía honor a su nombre: Se zampaba los discos rallándolos. Mi deseo era en tiempo de Pascua, cuando los pantalones vaqueros acampanados y deshilachados en su amplio camal, pasados por lejías figurándoles lamparones amarillentos. Un tiempo de chicas y chicos hippies con el pelo largo y suelto. Un tiempo en el que yo veía que Villena, a pesar de los carros que aún eran muchos, empezaba a dejar de ser la Villena de la jota de Villena, la del triguico con alubias colorás, penquicas de la Laguna y nabicos del Pinar. Una Villena que cobraba semanalmente en sobres grapados los sudores de los zapatos y también semanalmente, a plazos, pagaba las modas que iban haciendo a nuestra juventud más cosmopolita.

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