Apaga y vámonos

Como Rockefeller

Somos así de chulos, señora. ¿Que los de Nueva York tienen el Rockefeller Center? Pues nosotros el Paseo Chapí, qué pasa. Ubicado entre las calles 47 y 51 se alza el Rockefeller Center, un complejo erigido por la saga más famosa de millonarios y desde cuyas oficinas, literalmente, han mandado y mandan sobre la capital del mundo, aunque para el gran público quizá sea más conocido por su pista de patinaje (ha salido en cientos de películas) y por el encendido anual de su árbol de Navidad, que este año “sólo” medía 25 metros y portaba 30.000 luces.
Total, que estaba yo viendo desde mi buhardilla, como un Rockefeller cualquiera, cómo llovía y nevaba sobre nuestra Villena cuando caí en la cuenta del paralelismo. Vale que ese arbolillo con tres bombillas que no sirve ni para darle sombra al busto de Joaquín María López del Paseo no es la espectacular Picea noruega de los Rockefeller, pero pa´ pista de patinaje la nuestra. ¿O no? ¿Se han fijado en lo que cuesta andar por el Paseo en cuanto caen tres gotas? ¿Nunca se han caído? Pues están de suerte, porque el caso es que un día vamos a tener un disgusto. A lo largo de estos últimos años me he caído yo (seguramente me lo merezco), lo cual no tiene importancia; se han caído decenas de niños, lo cual tampoco la tiene, porque al fin y al cabo una infancia no es completa del todo si no se pasa un par de veces por Urgencias para que te pongan algún punto de sutura que otro; pero, y esto sí es grave, he visto caerse varias veces a personas mayores por culpa de un suelo que está clamando a gritos cualquier tipo de arreglo o reforma.

Lo más triste de esto, con todo, es que el otro día, entre el agua, la nieve y el hielo, caí en la cuenta de que el único sitio por el que se puede andar tranquilamente por el Paseo es precisamente esa franja rugosa y horrible que quedó tras la instalación del gas y la fibra óptica de los (la venganza es un plato que se sirve –y se seguirá sirviendo– frío) impresentables de ONO. Manda huevos, entonces, que lo que en realidad es un monumento a la incompetencia de las empresas y la desidia de nuestros gobernantes, o viceversa, se haya convertido finalmente en el único reducto seguro para los cientos de vecinos de la zona, alguno de los cuales, entre café y humo de cigarrillo, ha llegado a sugerirme que hiciera presión desde esta columna para que nos levanten el Paseo entero y luego lo dejen todo patas arriba: “Iba a estar igual de feo, pero al menos podríamos andar tranquilos” –decía no sin razón mi amigo del Parterre.

El consuelo que nos queda a quienes no estamos dispuestos a aprender a patinar a nuestra edad ni a resignarnos a ver día tras día una chapuza en forma de franja de hormigón rugoso y gris es la prometida renovación urbanística del Paseo, que al fin y al cabo es la entrada a Villena para todas aquellas personas que vienen en tren… si es que finalmente llega el tren, o no se llevan la estación como al parecer quieren, o soterran la que hay (ya puestos, que soterren el Paseo entero, zanjas, abetos y vecinos incluidos), o nos trasladan a todos tres kilómetros más allá, a los cabezos, junto al famoso PAET (¿Parará Antes El Tren?)… o tantos y tantos interrogantes que quedan en el tintero del dichoso soterramiento. Pero de eso, estimada señora, ya hablaremos otro día.

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