Corrupción
Siempre hubo comportamientos poco ejemplares en todos los sitios, pues en todos los sitios dicen que cuecen habas; sin embargo esta España nuestra, que tanto nos hace padecer a pesar de sus extraordinarios recursos, ha heredado esa picaresca que tanto hacían gala nuestros literatos del Siglo de Oro. El personal intenta aprovecharse de cualquier beneficio mientras no sea observado, su afición es lo ajeno y si le pillan ya habrá arreglado sus cosas para que le dañen lo menos posible. La pícara práctica está asentada en la genética, y alimentada siempre por el escaso escarmiento que se recibe en caso de que se aireen los malos hábitos.
En todo el tejido social brotan estas torpes artes y nadie está a salvo de caer en las turbias redes y en toda su estructura piramidal: desde la cúpula del poder político o financiero, judicial, empresarial, sindical, trabajadores por cuenta ajena o incluso desempleados que cobran prestaciones. Ese pernicioso pensamiento de yo primero y después los demás parece que se lleve en la sangre, mas no es así, porque otra gran parte de ciudadanos apuestan porque el beneficio del colectivo sea más importante que el interés personal.
Igualmente la mayoría de nuestros políticos son gentes abnegadas, trabajadoras, honestas y sensatas, pero estas cualidades no venden porque no tienen morbo, no acaparan las portadas ni son noticia en el resto del mundo. Los buenos comportamientos, lo que debe de ser una práctica normalizada, no tienen hueco en ningún sitio pues es el escándalo, lo inaudito, lo irracional, lo que se demanda; pero lo que nos pierde a los españoles es que ese morbo de lo prohibido, que alardean muchos, tiene el amparo de la impunidad, porque la justicia politizada y su alarmante lentitud favorece el indulto.
Que el poder corrompe es verdad, que el sillón tienta también, por eso es tan fácil dejarse seducir por esa fruta prohibida donde las arcas públicas pueden convertirse, con astucia y poca vergüenza, en sacas privadas; porque del estar para servir a quedarse para el beneficio personal a veces hay un trecho. Cuanto más grandes son los partidos y más poder acaparan más debilidades existen y más tentaciones se presentan, no siendo ninguna sorpresa que sean los más poderosos quienes encabecen los casos de corrupción por ser quienes se alternan en el poder, o Convergencia i Unió en Cataluña, como la fuerza tradicionalmente más estable.
Provocamos espanto en Europa, cansada de reflotarnos con partidas públicas para que los ineptos de turno desvíen esos caudales a paraísos fiscales o los inviertan en conceptos poco generosos. Se ríe de nosotros porque no aprendemos la lección y nuestra Justicia es tan lenta y tan torpe que facilitamos el engaño, por benevolencia o por prescripción. Tampoco hubo responsabilidades políticas en asuntos como el lino, en Castilla-León, en el lío de Filesa, en el Forum Filatélico, en el caso Naseiro, en los ERES de Andalucía, en la operación Malaya de Marbella, en los estafadores de la CAM, de Bankia, del Banco de Valencia o de las tramas de Gürtel o Brugal. Porque no hay que olvidar que en los Consejos de Administración de las Cajas y los Bancos están unos políticos repartidos a dedo, así como en las grandes Compañías, teniendo además instituciones como el Tribunal de Cuentas, el Mercado de Valores o el mismo Banco de España, más los inspectores de Hacienda, cuya misión es velar por la transparencia mercantil, la legalidad de cuentas y la denuncia si hay incumplimientos.
Así pues el panorama es desolador. Los corruptos roban aprovechándose de un sistema judicial caduco, las instituciones, creadas para impedirlo, no funcionan, y los políticos miran a otra parte. Es hora ya de que el Estado, vía parlamentaria, cree mecanismos de autodefensa para impedir tanta insensatez y tantos casos de corrupción, encarcelando ejemplarmente a los malvados e inhabilitando de por vida a sus representantes inservibles.