Cortes
Quede claro que no voy a hablarles de cortes como el de Pallás, vaya esto para alegría de algunas personas y para decepción de otras pocas. Sino de otros cortes, como el que se llevaron quienes acudieron a las playas levantinas estas vacaciones cuando por ironía quizá el sol se marchó al norte.
Pero aunque el clima haya sido poco propicio para muchas de las aventuras planificadas en Semana Santa, la lluvia que trajo consigo no dejó de ser un regalo. Lo digo tal vez porque no dejan de gustarme a mí estos días grises y húmedos, estos días que algunos vaticinan que desaparecerán debido a cierto calentamiento global que parece cada día más obvio y más comprometido con su adusta labor. Y aunque mis vacaciones se desarrollaron en Villena salvo alguna agradable excepción, el resto transcurrieron en la ciudad. En Villena, sí, aunque lejos de los nostálgicos y tradicionales lugares a los que acudió con melancolía y rabia contenida el amigo José Valdés, el compañero de este periódico que ya nos deja sus crónica de tales eventos en su sección Desgracias, Requerimientos y Gentes de Valdés.
Después de cada salida, como cualquier hijo de vecino que no se hubiera largado de vacaciones tocaba la vuelta a casa. Allí, en casa en el hogar además de la dulce compañía, surgían las conversaciones sobre lo que falta, lo que sobra y sobre el resto de cambios que necesita el hogar para continuar el camino que lo lleva a ser hogar (no más hogar, sino hogar). Y entre las diferentes materias que se trataron, sea durante los interminables e impertinentes cortes publicitarios, sea durante la cena o la realización de alguna actividad manual, surgió el tema de los cortes a los que nos hemos visto y continuamos viéndonos sometido yo y sometida ella. Cortes de luz como los que sufrimos apenas hace unas semanas, con nuevas versiones que amenizan el caso: es decir, que aparte de los típicos cortes de determinada duración, se sumaron otros que se sucedían cada tres minutos para volver a reponerse, tomar aire y continuar. También vivimos, sufrimos y hablamos de los cortes de agua; con mención especial al de esta semana, quizás sea el que recuerdo con mayor nitidez (dicho sea por obviedad), que nos tuvo casi veinticuatro horas sin tal manjar insípido e incoloro sin el previo aviso que me temo obligatorio. Y no es cosa de decir que hay zonas de la ciudad que sufren más que otras, no seamos clasistas, entre otros motivos por falta de datos, pero en el Barrio de las Cruces tales circunstancias parecen un no acabar (al menos en mi zona, que no mencionaré para no tener que revindicar el aparcamiento quincenal en cada lado de la calle).
Esperemos que tras la mala racha de cortes todo vuelva a su relativa normalidad, esa que deseamos pese al carácter intrépido e inquieto. Porque una vez acostumbrados a algo nos es difícil vivir sin ello, más si hablamos de agua y/o luz. Nos es difícil soportar el corte de tales suministros. A otras personas no. Y aunque en ocasiones me gustaría ser como ellas, prefiero seguir siendo yo (tampoco lo tomemos al pie de la letra). Personas a las que un corte no les afecta, como si te dicen: que tenemos soterramiento y tú dices: ya lo sabía o es gracias a mí (o a quienes estuvieron antes). Y es que a Celia parece que nada la corta: inauguraciones, firmas, compromisos, son sólo cosas que ella ya conocía puesto que suceden hoy gracias a ella (o a lo que hicieron lo que estuvieron antes que ella). Pues nada, a ver si a mí tampoco me cortan.